¿La enfermedad más insidiosa? Construir la propia vida desde mí o desde aquello que está a mi alcance. Pensar que yo decido y yo actúo. Creer que el cambio está en mis manos. Confiar en que encontraré en este mundo el auxilio necesario para llevar a cabo todos mis deseos y proyectos.
Es una enfermedad, porque me hace centrarlo todo en este mundo contingente, frágil, pasajero; porque me hace suponer que soy autosuficiente o que basta con recibir la ayuda de quienes viven a mi lado.
Ciertamente, hay muchas personas buenas junto a mí, he encontrado mil manos amigas que me han levantado y sostenido en mi camino. Pero nadie puede llegar a lo más íntimo de mi alma, ni limpiar ese desorden profundo que me encierra en la soberbia, en la codicia, en los rencores, en la sed de actividad o de diversiones superficiales y egoístas.
Desde esa enfermedad, cierro los ojos del alma a las mil señales que Dios me lanza. Porque el único médico que puede lavarme del pecado es Cristo. Porque sólo la muerte no es un absurdo si Alguien nos espera más allá de la frontera. Porque las flores, los jilgueros y los ancianos viven y reflejan cariño porque han sido antes cuidados, de manera tierna y constante, por las manos del Dios bueno.
Por eso, para salir de mis enfermedades, para romper con la soberbia, para aprender el humilde y magnífico camino del servicio, necesito dejarme envolver por Ti.
Sólo cuando Te deje ser mi Amigo, mi Redentor, mi Dios, me abriré a las dimensiones más hermosas y más alegres de la existencia humana. Sólo cuando acoja tus palabras, tus susurros, tus silencios, estaré listo para iniciar una vida nueva. Sólo cuando Te deje rodearme con tus manos heridas descubriré que toda vida puede salir del fango del pecado y entrar en el mundo, magnífico, de la misericordia divina...
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