LA GRACIA Y LA LEY
La verdad es que el pacto antiguo nunca ha sufrido cambio alguno (y en esto, como en lo demás, descansamos en el testimonio bíblico); las tablas de piedra no fueron modificadas para así contemporizarlas; la Ley Mosaica jamás ha sido enmendada. En aras de ser justos y honestos ante la Palabra de Dios y los hombres, es necesario escoger entre las únicas dos alternativas posibles que pudieran imponer las Escrituras: O el pacto antiguo está vigente y su rigor y condenación pesan contra nosotros o el pacto nuevo en la sangre de Cristo dio por terminado el antiguo, suplantándolo con sus mejores promesas que descansan en sangre derramada de un Redentor eterno. Nosotros creemos, predicamos y defendemos, sin temor alguno, que el pacto nuevo en la sangre de Cristo dio fin al antiguo cuando en la cruz él murió bajo la condenación del mismo, habiendo vivido la perfección que exigía y ganado para su iglesia la justicia eterna que prometía.
Aquella postura doctrinal que asegura que la iglesia se rige por las normas de las tablas de piedra desafía abiertamente las enseñanzas del Nuevo Testamento tocante al pacto nuevo. Es un grave y serio peligro para la iglesia, pues, cual los judaizantes en Galacia y Antioquía, intenta imponer sobre las conciencias de almas lavadas en la sangre de Cristo la rigurosidad de partes de una ley que por ser los términos de un pacto antiguo -ya caducado hace casi dos mil años- sólo contribuye a fomentar el desarrollo de un espíritu farisaico, infeliz e inseguro que tan a menudo vive en el temor del juicio de Dios ante cualquier posible desliz o tropiezo espiritual en que se haya podido incurrir. No se crece en gracia bajo la dictadura en la conciencia de una ley ya caducada. Esto es volver a ser sujetos al yugo de esclavitud (Gálatas 5:1). Lea con detenimiento la epístola de Pablo a los gálatas. Verá, con la ayuda de Dios, que la razón de ser de esa carta fue, específicamente, ayudar a despertar a esos hermanos que, ya libres en la sangre de Cristo del nuevo pacto, caían paulatinamente bajo las imposiciones de aquellos que, a la vez que aceptaban el "evangelio de Cristo", los enyugaban nuevamente a la observación de días (sábados), circuncisión y otros aspectos variados de la antigua Ley Mosaica (Gálatas 4:9, 10).
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"...y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud..." Gálatas 5:1 ____________________________
Imponer tales mandamientos sobre la conciencia de un cristiano no es sólo privarle de su libertad en Cristo y la dirección del Espíritu en su vida sino colocarle dentro de una especie de "camisa de fuerza" legalista donde los rigores de un pacto antiguo son impuestos a la fuerza sobre su conciencia, y donde dicha imposición de parte de hombres -así sea bien intencionada- jamás podrá producir y desarrollar el verdadero gozo de la salvación y libertad de espíritu. Creemos que la libertad que tiene un cristiano ante el Señor, el disfrute del gozo de su salvación, tanto en su vida privada como en la adoración colectiva en la congregación de los santos, y el privilegio de servir y obedecerle por amor en vez del temor, no son meras casualidades o efectos secundarios de su relación salvadora a Cristo. Son el producto natural, intencionado de la obra del Espíritu en él o ella que descansa en el fundamento mismo de su salvación y esperanza, a saber: el nuevo pacto en la sangre de Cristo. Y, no es ésto un mero concepto teológico; es la esencia misma de su vida en Cristo, imposible de experimentar aparte de las provisiones en gracia de ese nuevo pacto. Hablando de libertad, preguntémonos: ¿Qué es la libertad en Cristo? En la epístola que Pablo escribe a los gálatas con el fin principal de despertar a esas ovejas de Dios al peligro en que estaban cayendo bajo los engaños de los judaizantes, él les dice: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud" (5:1). Entenderemos de qué libertad él habla al conocer cuál era ese yugo de esclavitud que con anterioridad los tenía presos. Ese yugo era la ley del pacto antiguo. Observaban días (todos los que se les requería observar), practicaban la circuncisión, guardaban las leyes dietéticas... El pacto antiguo requería absoluta obediencia a todo lo que Dios había ordenado, mas su pecado e imperfección les impedía cumplir lo requerido; ¡y una sola falta los hacía tan culpables como si hubiesen desobedecido toda la ley! (Santiago 2:10; Romanos 3:10; Gálatas 5:3) En Cristo habían sido librados de la condenación de la ley. La libertad no era una que daba rienda suelta al disfrute de las pasiones carnales, según algunos ciegos enseñan a sus ovejas. ¡No! Era la libertad de ese yugo de servidumbre que nunca pudo ni jamás podrá dar lugar a paz de corazón y tranquilidad de conciencia. -"¿Habré pecado o no?" "¿Qué habré hecho que no recuerdo?" "No quiero caer bajo la ira de Dios."- El que procura vivir con la paz de Dios bajo los rigores de la ley del pacto antiguo (así lo llamen "pacto eterno") sólo logrará mantenerse en una constante inquietud de conciencia y corazón. En gran medida, su seguridad de salvación descansará más en su evaluación subjetiva, personal de la obediencia que haya podido rendir a las normas espirituales establecidas para la nueva vida en Cristo que en una confianza objetiva en la redención completa y perfecta obrada por Cristo en la cruz cuando derramó su sangre del nuevo pacto. Su paz dependerá de saber a ciencia cierta que ha obedecido todo lo que Dios requiere de él o ella. Conozco personalmente a cristianos que vivieron bajo tales regímenes legalistas y dan fe de haber sufrido gran confusión, inseguridad y hasta depresión emocional... todo porque hubo quien los mantenía bajo el terror y el temor de la ley del pacto y el fuego de Sinaí. La verdadera libertad del cristiano es ese estado de vida ante Dios en el cual se disfruta del sacrificio perfecto de Cristo en la cruz, seguro de que él cumplió o satisfizo los requerimientos de la ley. Disfruta de una justicia ganada por Cristo y otorgada a dicha oveja por la gracia de Dios. Desea agradar a Dios y, aun cuando tropieza en el pecado, viene confiadamente al trono de gracia donde halla misericordia y el oportuno socorro, no latigazos de una vara de ley y quemazones del fuego de Sinaí. Halla plena paz, pues sabe que Cristo es todo para él o ella: redención, justificación, santificación, adopción (1 Corintios 1:30). Crece en santidad pues el Espíritu santificador mora allí desde que creyó; ya no le teme a las amenazas de la ley pues éstas han sido calladas, apagadas por la sangre de Cristo del nuevo pacto.
Solo por Gracia sois Salvos (Efesios 2:8)
"Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe." Efesios 2:8-9 ...
GRACIAS A LA HERMANA SILVIA RODRIGUEZ POR EL FONDO
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