Enfrentando la tristeza

¿Quien no ha pasado momentos de intensa tristeza en ciertas ocasiones de su vida? La tristeza es un sentimiento íntimamente ligado a la naturaleza humana. Sin importar si somos creyentes o no, muchas veces nos ha embargado ese intenso y desagradable sentimiento denominado tristeza.

Como creyentes, con frecuencia nos hemos visto realizando un gran esfuerzo por rechazar ese sentimiento de agonía que inunda nuestro ser en los momentos difíciles de nuestra vida… Si la vida cristiana es plenitud de gozo… ¿por qué entonces afloran las lágrimas o lloramos en silencio cuando el dolor de una pena, una partida, una traición, una injusticia, parece desgarrarnos por dentro? Inmediatamente salimos a enfrentar un sentimiento negativo y que a todas luces nos negamos a sufrir, presionándonos a nosotros mismos y sintiéndonos culpables por padecerlo. Toda vez que somos creyentes, no nos permitimos sentir tristeza. Una y otra vez afloran en nuestra conciencia palabras de Dios como “estad siempre gozosos”, “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”… A la ya existente tristeza, no logramos otra cosa que sumarle un nuevo motivo para aumentarla: nos sentimos culpables y débiles, justamente por estar tristes…

En tanto el miedo carga nuestro ser con las fuerzas para enfrentar o huir de una situación, la ira infunde la energía para responder con agresión; la tristeza no hace otra cosa en nuestras vidas que generar desaliento, desamparo, insignificancia. Nos hace creer que ya no hay más nada que hacer, que no nos queda otra opción que rendirse ante el sufrimiento.

Muchas personas valorando el lado positivo de la tristeza, la ven como fuente de fructífera inspiración. Quien esto escribe, sin ir más lejos, en algunas oportunidades ha sacado de lo profundo del corazón cosas que han sido de mucha bendición para muchos de nuestros lectores, justamente durante períodos de profunda tristeza y melancolía.

Pero… ¿es lícito estar triste? Lo cierto es que se puede ser o estar triste; se puede provocar o sufrir tristeza. No es lo mismo.

Tal vez la partida a la eternidad de un ser amado, una separación de pareja, un fracaso o una traición, una enfermedad prolongada y cruel, el maltrato en cualquiera de sus versiones, son los desencadenantes más comunes de estados de tristeza, infelicidad o desaliento.

En todos estos casos hay un denominador común. Uno siente que tiene poco o nulo control sobre las consecuencias de la situación, que ésta impacta directamente sobre nuestra estructura de vida y que ya no hay más capacidad de afrontar, ponerse de pie y ofrecer batalla.

Alguien dijo que no existe la felicidad, sólo momentos felices. Y tal vez en algún sentido tenga razón. Pero la tristeza que hoy nos ocupa es la “tristeza aprendida”. Es aquella que consiste en un sentimiento profundo de resignación, impotencia y desesperanza que impide reaccionar inclusive cuando se dispone de los medios para hacerlo. En pocas palabras: amedrentarse y darse por derrotado aún antes de luchar. ¡NO LO PERMITAS! Si pasaste o aún estás pasando por una situación dolorosa, tienes todo el derecho de estar triste. Lo que no debes permitir es que esa pérdida, esa traición, ese difícil momento de la separación, se convierta en tu verdugo.

Clama hoy a Dios por visión, ciencia y sabiduría para que esa tristeza que hoy padeces, sea tu maestra, aunque sea difícil… no tu verdugo.

Eso sí puedes hacerlo. Es la puerta hacia el consuelo que tanto necesitas.

Autor: Luis Caccia Guerra