Por la vereda de musgo caminaban el vasallo, el paje y un hombre joven de físico vigoroso, pero de voz cansada, casi imperceptible. Al andar, el hombre iba lamentándose: - De pequeño quise ser el mejor constructor del Imperio. Y ahora...
Los rayos del sol se abrían paso entre los frondosos alcornoques que franqueaban la espaciosa vereda, y una ventisca fresca agitaba la vestimenta de los tres caminantes. - Cuando cumplí la mayoría de edad -prosiguió el hombre-, soñé con irme a la conquista de Reinos nuevos. Pero, ahora...
El hombre no dejaba de lamentarse. El paje y el vasallo, limitándose a parar oído, se conmiseraban internamente con él, pues de verdad que sus palabras y su semblante daban pena. - Hace un par de años intenté casarme y formar una familia numerosa. Y ahora...
Entonces el vasallo pensó dentro de sí: “¡Pobre hombre! Ha querido hacer tantas cosas y no ha podido realizar ninguna. Quizá le faltaron los medios, o alguien que le apoyara. Se ve que el pobre sufre mucho.”
Antes de alcanzar el último tramo de vereda, para luego iniciar el ascenso al monte, el hombre suspiró: - Y ahora siento que debo acompañarles hasta el pueblo de la cima como prometí, pero...
Interrumpió el vasallo: - Pero, no puedes ¿verdad? Quisieras, pero algo te lo impide, como te impidió ser constructor, caballero y papá...
Y como el hombre guardara silencio, el paje añadió: - ¿Podemos ayudarte en algo?
El hombre, frotándose las manos, respondió: - Sí. ¿Pueden decirme qué se necesita para decidirse a hacer algo en la vida?- y después de hacer una pausa concluyó- ¿Saben? Jamás me he decidido a nada...
En la vida, si no pasamos a la acción, todo quedará en el terreno de los sueños. ¡Cuántas veces vemos nuestros deseos truncados, por el simple hecho de no decidirnos a realizarlos a tiempo! Pidamos ayuda en la oración para que Dios nos de la fuerza de decidir el mejor camino, de cumplir Su voluntad.
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