La noche dura solo doce horas. En la peor de las hipótesis, catorce; o veinte, en las tierras polares. Pero, no importa su extensión, el día viene. Es una ley de la vida. No existe noche sin día. En esta vida, todo acaba: acaban las cosas buenas, los momentos felices desaparecen, la juventud se va, la primavera se hace invierno… en fin.
Pero, si es verdad que las cosas buenas acaban, también acaban las cosas malas. La promesa que Dios presenta en el versículo de hoy es, justamente, acerca del fin de las cosas malas. El dolor, la tristeza y las lágrimas llegarán a su término. En esta tierra, parcialmente; pero, cuando Jesús vuelva, colocará un punto final a la historia del pecado. Y, consecuentemente, las lágrimas y el dolor desaparecerán para siempre. Pero, mientras vivas en este mundo, no estarás ajeno al dolor y al sufrimiento. Cuando menos lo esperes; cuando piensas que tu sol brilla esplendoroso y tu cielo está más azul que nunca, puede aparecer la tormenta. No te asustes. El dolor es la ley de este mundo de pecado.
A pesar de eso, no te concentres en el dolor, sino en la promesa que Dios te hace. El enemigo puede traer dolor a tu vida hoy y mañana, pero vendrá el tercer día, en que el enemigo tendrá que batirse en retirada.
Así fue con Jesús. Aquel viernes de tarde, cuando el Salvador expiró en la cruz del Calvario, el enemigo pensó que había vencido. Todo el plan de salvación parecía haberse desmoronado. El sábado, mientras Jesús reposaba en la tumba, el enemigo continuó celebrando su aparente victoria; pero, al tercer día, la muerte tuvo que dar lugar a la vida. Las entrañas de la tierra se abrieron, y el Señor Jesús resucitó victorioso. Y, con su resurrección, nos enseñó la lección más extraordinaria para enfrentar el dolor: siempre hay un tercer tiempo, en que la noche tendrá que dar lugar al día; en que el invierno se esconderá de la primavera.
¿Estás viviendo el invierno crudo de tu vida? ¿Sientes que no tienes más fuerzas para resistir? No te desesperes: Dios nunca permitirá que llegue a tu vida una prueba que no puedas soportar. Cuando la noche parezca más oscura es cuando, de un momento a otro, el sol del nuevo día despuntará en el horizonte.
Por eso, hoy, a pesar de las nubes negras que puedan oscurecer tu día, parte para enfrentar los desafíos de la vida seguro de la promesa divina: “Y cambiaré su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor”.
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