"Si tiene un buen árbol, el fruto es bueno; si tiene un mal árbol, el fruto es malo." Mateo 12:33 "
En verano En todas las verdulerías hay ofertas de las frutas de estación. El mayor problema es encontrar la fruta que este madura. Pero si compramos un melón que esta verde, solo necesitamos esperar un par de días hasta que madure para comerlo.
Aprendimos que los árboles dan buenos frutos si están bien cuidados. Y en el mercado central, los especialistas separan las frutas buenas de las que están malas para que llegue al consumidor solo lo que se puede comer.
Es fácil identificar una fruta en mal estado. Es más chiquita, tiene otro color, a veces tiene mal olor y es más blanda al tacto. A nadie le agrada comerse una fruta podrida. Siempre la dejamos de lado y elegimos la mejor.
Pero en la vida cristiana, muchas veces no hacemos esto. Es raro y antinatural que un buen árbol de malos frutos. Pero nuestra vida cotidiana es un fiel reflejo de esta verdad antinatural.
Todos los hijos de Dios tenemos la misma naturaleza divina. Todos tenemos el Espíritu Santo de Dios que hace la gran diferencia y todos tenemos en consecuencia la misma posibilidad de vivir una vida santa y perfecta como Dios quiere. No debería haber diferencias entre los cristianos.
Pero las hay. Solo hay que comparar lo que es nuestra vida, con lo que fue la vida de Pablo, de Santiago, de Juan, o en tiempos más modernos, de Lutero, de Palau o de Swindol. Hombres que dejaron bien en algo lo que es el testimonio de Dios. Hombres a quienes es un orgullo imitar.
Hombres con los mismos problemas que nosotros, con los mismos miedos, con las mismas presiones de sus compañeros, con las mismas tentaciones, con los mismos conflictos. Porque pensar que alguno de ellos nunca fue tentado por una hermosa mujer, o tentado a quedarse con un dinero que sobraba, o tentado a llenarse de orgullo por sus logros, o tentado a despreciar a otros por la fama alcanzada, es una gran tontería.
Y si ellos tenían los mismos problemas que nosotros, ¿por qué es que somos tan diferentes, y nuestros frutos son tan mediocres, cuando los de ellos son tan hermosos? ¿Por que muchos desean imitar sus vidas y evitan mirar las nuestras?
Creo que la respuesta es tan simple como conocida. En lugar de vivir como Dios pide, nosotros nos dejamos manejar por nuestros sentimientos, nuestros deseos y nuestro egoísmo. Dejamos de lado lo que Dios nos pide, para hacer lo que tenemos ganas. Por eso, nuestros frutos son como son, aunque el árbol sea bueno. Tenemos a nuestra disposición todas las herramientas para hacer de nuestra vida un símbolo del cristianismo.
Dijo Moody hace algunos años: Dame diez hombres que esten dispuestos a vivir enteramente para Dios y cambiaremos el mundo. ¿Eres uno de esos diez?
No te pudras en el olvido, vive para Dios.
GRACIAS A LA HERMANA SILVIA RODRIGUEZ POR EL FONDO