MILAGRO EN LA CALLE 83
Siempre he detestado la secundaria. Aún ahora que técnicamente pertenezco a la tercera edad, pienso en aquellos terribles momentos y me siento mal sobre mi tiempo como adolescente. Crecí en los 50s y si una no lucía como una porrista rubia, estaba en problemas. Sufrí de todas las angustias de adolescente sobre mi apariencia: usaba anteojos “fondo de botella”, tenía piel mala y frenos en mis dientes. Mi autoestima era muy baja y estaba sujeta a la crueldad de tanto muchachos como muchachas que no perdían oportunidad de decirme cuán “fea” era yo. ¡Olvídense de citas! Si quería ir al baile de la secundaria en Chicago, tenía que rogarle a mi primo que viniese de Indiana y pretender ser mi “cita”.
El año pasado, una compañera de secundaria me encontró en la Internet y me preguntó si estaría dispuesta a estar en el comité para planear la reunión de nuestro aniversario de secundaria 50. Le fui muy honesta. Le dije que asistiría a la reunión porque estaba curiosa por ver como nuestra versión “Medicare” se comparaba con la de los muchachos de 16 años que alguna vez fuimos. Le prometí asistir pero que no podría servir en un comité para celebrar el peor período de mi vida. Más tarde, para las biografías que todos escribimos, mencioné de nuevo que a pesar de que mi vida había sido muy Buena desde 1961, que tenía muy malos recuerdos de ese tiempo en mi vida. Ni siquiera me di cuenta de la ironía de mi afirmación porque mencioné en un párrafo posterior que era una sobreviviente de cáncer de mama. Los compañeros que leyeron mi biografía se sorprendieron: “Ella tuvo una lucha con el cáncer, ¿y todavía piensa que la secundaria fue peor?”.
Fui con bajas expectativas. Si no había tenido razón para hablarle a ninguna de estas personas en medio siglo, ¿qué les diría ahora? Entonces el milagro pasó. Cada persona que saludé, hombre o mujer, estuvo contento de verme. Un grupo de mujeres me dijo: “No podíamos creer que odiases la secundaria. Te recordamos como inteligente y divertida y muy activa en las actividades del colegio”.
Algunos muchachos me abrazaron y dijeron que me reconocían porque “me veía igual”. Al comienzo me sentí insultada porque pensé que ahora me veía mejor que entonces. Mi buena amiga me corrigió: “No seas idiota, ¡lo dicen como un cumplido!” Un tipo me dijo: “Te ves muy bien”. Lo mejor de todo, uno de los más guapos en la secundaria y que todavía se veía atractivo a su edad, me dijo: “Siempre te recordaré… ¡fuiste la primera chica que besé!” No recuerdo ese evento en absoluto pero me dijo que cuando teníamos 9 años de edad, estábamos en una fiesta y jugamos penitencia.
Tuve un tiempo maravilloso en la reunión y, milagro de milagros, esta adolescente triste de la Calle 83 en la parte sur de Chicago se sintió totalmente sana. Sí, tuve tiempos desagradables durante esos cuatro años pero mis compañeros me recordaron que no todo fue malo. Me recordó un libro que leí hace unos años: “Nunca es demasiado tarde para tener una niñez feliz”. Ahora puedo mirar atrás a esos días con una perspectiva totalmente nueva. Y espero la próxima reunión.

By Andrea
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