Leer, oír, hablar, mirar, hacer, comer, dormir. Empezar y terminar. Mil actividades se suceden en nuestro camino humano.
Nos dejamos arrastrar por conquistas y por penas, por deseos y por miedos, por anuncios y por amigos, por sueños y por proyectos.
Estamos dispersos. Nos derramamos en cientos de intereses. Buscamos alegrías y descanso en nuevos instrumentos, en juegos electrónicos, en mensajes y llamadas por teléfono.
El día inicia entre prisas. La jornada avanza entre satisfacciones por lo hecho y angustias al ver lo mucho que quedará por hacer. La noche llega entre tensiones y cansancios, mientras la mente vuela hacia lo que tal vez ocurrirá mañana.
El mundo corre frenético entre dispersiones y prisas que desgastan. Los progresos técnicos nos apartan de la contemplación que tanto ayuda para descubrir lo importante, lo bello, lo bueno.
Sentimos que falta tiempo para pensar sobre el sentido profundo de la vida. Necesitamos abrir espacios de reflexión para el alma.
Las preguntas esenciales siguen allí. ¿Para qué vivo? ¿Por qué empecé a existir? ¿Hacia dónde van mis pasos? ¿Qué ocurre más allá de la frontera de la muerte?
Hace falta dejar de lado ocupaciones que dispersan y aturden. Este día necesito un poco de tiempo para lo importante.
Sólo así podré abrirme a lo más serio y más grande de la vida. Tendré la oportunidad de asomarme a horizontes de belleza que dan sentido a la maravillosa aventura humana. Descubriré que vengo de un Dios que ama a sus hijos. Recordaré que avanzo cada instante hacia nuestro encuentro eterno. Abriré el corazón a quienes esperan cariño y ayuda de mis manos.
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