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¿Por qué, oh Señor, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro?… Sobre mí han pasado tus iras, y me oprimen tus terrores. Salmo 88:14-16.
Aun cuando clamé y di voces, cerró los oídos a mi oración. Lamentaciones 3:8. Los Sufrimientos Expiatorios de Cristo
Los dolores de un crucificado son atroces, y Jesús pasó por ellos como todos los que sufrieron el mismo suplicio. Sin embargo, éstos no se pueden comparar con los sufrimientos morales que Jesús tuvo que soportar de parte de Dios cuando “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). En las tres horas durante las cuales Jesús expió nuestras faltas, una oscuridad sobrenatural invadió la tierra, de modo que nadie pudo ver lo que estaba sucediendo entre el Dios santo y su Hijo, nuestro Salvador.
Dios es “muy limpio… de ojos para ver el mal” (Habacuc 1:13), su naturaleza tiene horror al pecado, su santidad lo rechaza y su justicia lo castiga. El rey David dijo: “No he visto justo desamparado” por Dios (Salmo 37:25); sin embargo Jesús, el único verdaderamente justo, sí lo estuvo, porque cargó con nuestros pecados como si fuesen los suyos. Entonces Dios ejecutó sobre él el juicio que nosotros merecíamos. ¡Qué angustia nos revela el clamor que puso fin a esas horas: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).
Frente a la cruz descubrimos el horror del pecado y la inflexible santidad de Dios. También descubrimos su amor por nosotros y el de Jesús, quien aceptó tal sufrimiento, tal muerte, tal abandono, para que nosotros pudiésemos vivir con él en el paraíso durante la eternidad.
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