La Ascensión del Señor
Ciertamente que en su vuelta al Padre, en su Ascensión, Jesús no se aleja de nosotros. Se substrae a nuestras miradas, pero no a los ojos del corazón: y, sin embargo, una cosa pido y esa buscaré, Señor: extendiendo mis brazos hacia ti, ruego que no me escondas tu Rostro.
Nos estás más cerca que nunca, nos eres el lejano más prójimo, el prójimo más próximo, más íntimo que lo que nos es más íntimo. Y, sin embargo, nos devora la nostalgia de tu presencia, ¡Señor!, y tu ausencia se nos ha hecho la más deseada de las presencias.
Despidiéndote, Señor, nos llamaste amigos, colmaste nuestra alegría cuando nos confidenciaste todo lo de la casa de Dios, tu Padre, de Dios nuestro Abba. Te rogamos, entonces, que no dejes de tratarnos como amigos tuyos, dándonos cita en la Carpa del encuentro; conversa con nosotros tal como lo hacías con Moisés, cara a cara , tal como lo hace un amigo con su amigo, por eso, al igual que Moisés, te rogamos: “por favor, muéstranos tu gloria” .
Percibimos un murmullo, una voz que susurra suavemente: “haré pasar junto a ti toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor, porque yo concedo mi favor a quien quiero concederlo y me compadezco de quien quiero compadecerme. Pero no podrás ver mi Rostro,…, porque ningún hombre puede verme y seguir viviendo…. Cuando pase mi gloria, yo te pondré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado. Después retiraré mi mano y tú verás mis espaldas”…
Jamás olvides lo que les transmití a través del discípulo amado: que la Ley fue dada por medio de Moisés, la gracia y la verdad les han llegado por mí, ya que nadie ha visto jamás a Dios, el que lo ha mostrado es el Hijo del hombre, el Hijo único, que está en el seno del Padre.
Ten en cuenta, entonces, que soy la Carpa del encuentro hecha persona, ya que al hacerme Carne planté mi Carpa entre ustedes, para continuamente poder salir a su encuentro…, el lugar no es otro que el camino de Damasco de cada uno de ustedes, similar al de Saulo, mi vaso de elección, cuando me perseguía en mis hermanos:
Cada vez que me dejas con hambre, desnudo y tiritando de frio, ó…, ó…, en uno de mis hermanas y hermanos, los más humildes y pequeños, estás dejando de descubrir mi Rostro en ellos… Enjúgales las lágrimas, consuélalos en su dolor, y mi Rostro no dejará de quedar impreso en tu corazón…, tal y como quedó en el lienzo de la Verónica