¡Tú, amor!
Como caña negra de melaza oscura y ebria,
derramas en el estío tu pulpa roja labial y tus dedos
de marquesina iluminada y de abeja laboriosa,
cultivan el vino y el hollejo de enero.
Hasta que el viento publica los frutales de primavera.
La madurez de los racimos desafiando al invierno,
con las hojas del otoño refrescando tu piel y
goteando en cada hilo de tu oscuro pelo
como la perpetua lluvia del monte Chaqueño.
Aun bajo el agua me siento a festejar cada hilo y
brindo por tu cabello con licor de orujo,
en la copa de tu perenne paleta de artista enamorada,
amalgama de azul-encanto y pasión-fuego llameante.
De tu hombro, se suelta tu brazo en caída de abedul fresco,
culminando en los pétalos que llevas por dedos,
como el grano perfumado que arroja el tilo,
cuando anuncia su visita de aromas, y
suelta la alfombra amarilla y alegre por las veredas.
En las puntas, tus yemas,
diminutas y en plurales, rozan mágicamente mi pecho y
de tu calmo lago de agua en el hoyuelo de tus clavículas
se fondea mi ancla de día turbulento.
Tu boca gestual de inquieta figura
es naturaleza de espejismo puro de oasis dilatado,
embebido del diamante en bruto.
¡Amor casi de ultraje invasivo!
¡Amor diario, violador inconsciente de mis sentidos!
Empujas al horizonte detrás de las montañas Puninas y
en tus acuosos ojos, tan altos, como el agua del Titicaca
mi barca flota en rumbo vibrante, despliega su larga vela,
nadando sobre la paja en el agua y
la mirada en brújula apunta a tu figura de leona femenina.
Y mi corazón volátil, de párpado ausente,
no haya un sólo mapa de agua ondulante, como tus caderas entrañables.
Si te cegara la luz devorante te doy mis ojos de lazarillo.
Para que sigas caminando sobre las nubes, y
bailes galante el vals eterno de la estrella absoluta,
con tus manos enguantadas en la hora del trabajo
¡Amor mío!
¡De todas las verdades que elige el día!
Tú eres la obertura en el hilo de los racimos de la hembra, y
de tu ojo clavelina, sueltas el olor a mujer sin perfume.
Sólo esencia de savia y sangre púrpura,
como si un gen de madre natura te hubiese inyectado
una caléndula mujer, bajo los poros de tu piel.
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