Parte 8
Siempre tuve muy buena relación con todos mis amigos, pero por circunstancias normales en toda relación amistosa, tuve mayor acercamiento con Pancho Tamayo y Manuel Ceballos, por lo que en la mayoría de las ocasiones, nos íbamos los tres juntos más allá de las vías, a unos potreros en donde se encontraba el nacimiento de agua, donde nos bañábamos, jugábamos y agarrábamos camarones que ahí se criaban, esto lo hacíamos ya casi para regresar a nuestras casas, porque antes, ya habíamos " explorado " esas tierras inhóspitas y peligrosas en donde a cada paso exponíamos nuestras vidas si nos topábamos con los apaches del lugar, por lo que, a la manera de ellos, confeccionábamos nuestros poderosos arcos y nuestras flamantes flechas de unos árboles a los cuales llamábamos " espinos " ya que las ramas de estos árboles eran las únicas que contaban con los " estándares de dureza y flexibilidad para construir un verdadero arco profesional " ¿Si comprenden ?
Estos arcos sí que eran unas hermosas piezas de la ingeniería " arcoril " ya que las puntas de los mismos las calentábamos al fuego para luego darles su forma tradicional, e inmediatamente los sumergíamos en agua fría para fijarles la " auténtica " forma de arco; La elaboración de las flechas también se hacía con una sofisticada técnica que hubiera puesto verdes de envidia a los mismísimos indios americanos. Originalmente usábamos las ramitas más derechas que encontrábamos, las pulíamos con el filo de un cristal roto de cualquier botella, y luego le seccionábamos un poco en la parte de atrás para injertarle una pluma de lo que fuera, y por último, afilábamos la punta de la flecha y ¡listo! a cazar venados, leones, elefantes y sobre todo ¡gallinas! ¿cómo la ven?
Posteriormente, perfeccionamos la técnica para producir flechas, y empezamos a aprovechar los adelantos científicos y tecnológicos de ese tiempo; fue entonces que empezamos a adquirir astillas y birotes ¿así se les llama?, para que de allí obtuviéramos nuestra materia prima, (palitos como de 60 cms. de largo X 1 cm de grosor en forma cuadrada ) mismos que redondeábamos con el filo de un trozo de cristal y después le pegábamos un pedazo de pluma seccionada a la mitad en cada uno de los lados posteriores de la flecha. Después, tomábamos un pedazo de lámina gruesa, la cortábamos según la forma de una punta de flecha y la sujetábamos a ella con un alambre delgado de cobre, enrollado cuidadosamente, ¡y ya estuvo! teníamos en nuestras manos y hecha por nosotros mismos, el más maravilloso y exacto modelo de flecha jamás diseñado.
Ya con nuestros arcos y flechas, Pancho, Manuel y yo, formamos el club de los tres flecheros cuyo salón de reuniones se encontraba en un viejo chiquero en la parte trasera de mi casa en donde planeábamos los pasos a seguir en nuestras próximas incursiones por esos valles llenos de peligros para posteriormente librar innumerables batallas contra pájaros, árboles de plátano, gallinas, etc., lo sorprendente de nuestros arcos y flechas, es que éstas alcanzaban una distancia más allá de los cien metros y sin desviarse, lo que nos hizo expertos en su manejo, tan expertos, que en una ocasión en el pueblo de Tepeyahualco, Puebla, lugar en donde mis cuates y pasamos unos momentos inolvidables que ya les contaré, se me ocurrió lanzar una flecha al cielo, junto a la casa de mi tío y justo arriba de mí, cuando de repente, sale mi tío de su casa, y la flecha, de regreso, cayó a sus pies, y ahí terminaron nuestros gloriosos días de flecheros porque mi tío confiscó nuestro armamento y desde ese momento pasamos, de ser indios a ser vaqueros.