Parte 43
Cuando me desperté ya era de mañana, y a pesar de que el día había amanecido frío y nublado, percibí que al ir avanzando el tiempo, el día y mi existencia se iría aclarando poco a poco hasta que saliera plenamente el sol para brindarme la luz y el calor que tanto necesitaba y que manaba abundantemente de él.
Me levanté sintiendo latir fuertemente mi corazón recordando en mi mente todo lo que había soñado, aunque más que un sueño a mi me parecía que fue más real de lo que podría imaginar porque había despertado lleno de optimismo y fortaleza para hacerle frente a todos los problemas en los que me había metido.
En días anteriores, había recibido una notificación judicial para que me presentara al juzgado a declarar en torno a una denuncia presentada en mi contra por un supuesto fraude.
Cuando recibí la notificación sentí un gran desosiego que casi me paralizo de miedo, y fui a ver a un abogado amigo mío para que investigara sobre el asunto y me aconsejara la mejor forma de solucionarlo, pero desafortunadamente lejos de tranquilizarme lo que me dijo, me inquietó aún más porque tenía que inmiscuirme, y así lo hice, para repartir cierta cantidad de dinero semanal a cierta persona para que le diera largas al asunto y tener un tiempo para buscar una solución que difícilmente encontraría.
Esa mañana en la que me desperté un poco más animoso que de costumbre, tocó a mi puerta un hombre con el que tenía también un fuerte compromiso económico, y que me hizo sentir temeroso de que ya se le hubiera agotado la paciencia de esperarme, así que resignándome a esperar lo peor, le abrí la puerta y lo invité a pasar a una pequeña oficina en la que manejaba mis asuntos, convertidos ahora en problemas sin aparente solución.
El, tomando la palabra, me dijo que no me preocupara porque no iba a tratar nuestro asunto, sino que vino a verme porque sintió que lo había mandado el Señor en mi ayuda, a lo que pregunté: Ha caray, ¿Cuál Señor?
Y él me dijo, el Único Señor, Cristo Jesús, quién conoce de lo que nos pasa y ayuda a quién quiere ser ayudado, y a quién obedecí de inmediato y aquí estoy.
Debo decir, que esta persona estaba tratando de entender su condición de cristiano, estudiando y meditando en la Biblia como nunca antes lo había hecho, motivado por otras personas que así lo estaban haciendo y que según, estaban experimentando cambios positivos en sus vidas.
El preguntó: Don Luis, ¿Qué le pasa? ¡ Ay Don Santiago!, le dije, y entre sollozos y lágrimas le platiqué por lo que estaba pasando y que estaba destruyendo mi mundo, a mí, y de paso a mi familia, y para acabarla de amolar el médico me había declarado diabético, todo eso, aunado a otros serios problemas en los que prácticamente me inmiscuí sin prevenir los desastrosos resultados a los que ahora estaba expuesto, y todo eso me hacía sentir que no valía nada, más que para causar problemas y arrastrar conmigo a otros, y sobre todo, a los seres que más amo.
Después de escucharme atentamente y de haber llorado conmigo me dijo: Hermano Luis, ¿quiere usted recibir a Cristo Jesús en su corazón para que ya no sienta a Dios alejado y que permanezca siempre junto a usted, en usted y en su familia, y para que el consuelo y la dirección que necesita provengan de la Sabiduría de Dios y no de la sabiduría de hombre? Y, ¿cómo será eso posible? pregunté: Y el me contestó citando la palabra escrita en el Nuevo Testamento:
Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo. Al que cree de corazón, Dios lo recibe; y el que proclama con los labios, se salva. Por eso dice la Escritura: Ninguno de los que creen en él será confundido. Aquí no se hace distinción entre judío y griego; todos tienen un mismo Señor, el cual da abundantemente a todo el que lo invoca. En efecto, el que invoque el Nombre del Señor se salvará. (Romanos cap. 10: versículos del 9 al 13) y prosiguió:
Pero, ¿cómo invocarían al Señor sin antes haber creído en él? Y ¿cómo creer en él sin haber escuchado? Y ¿cómo escucharán si no hay quién predique? Y ¿cómo saldrán a predicar sin ser enviados? Como dice la Escritura: ¡Qué lindo es el caminar de los que traen buenas noticias! Aunque no todos obedecieron la Buena Nueva, según decía Isaías: Señor, ¿quién ha creído en nuestra predicación? Por lo tanto, la fe nace de una predicación, y la predicación se arraiga en la palabra de Cristo.
(Romanos cap. 10: versículos del 14 al 17)
Después de escuchar estas palabras, Don Santiago me dirigió en una oración para aceptar a Jesucristo en mí corazón y recibir en él al Espíritu Santo, de quién, a través del estudio y meditación de la palabra escrita en el Nuevo Testamento, se activaría poco a poco su poder en mi atribulada persona.