Parte 61
La operación duró aproximadamente ocho horas, durante las cuales, mi esposa y mi hija Belem oraban al Señor para que permitiera que todo saliera bien, mientras tanto, mi hija Claudia estaba a punto de dar a luz a su segundo hijo, y mi hijo, se encontraba trabajando para obtener los ingresos suficientes para hacerle frente a las necesidades de mi esposa durante su estancia en Veracruz en el tiempo en que permaneciera en el hospital.
Después de mi operación, fui trasladado inmediatamente a la sala de cuidados intensivos para mi recuperación postoperatoria y en cuanto llegué, ya me estaban esperando mi chaparrita y mis hijos Belem y José Luis. Lo más sorprendente del caso, es que casi en el momento de mi llegada a la sala, recuperé el sentido ante la alegría de mi esposa y mis hijos, debo decirles que mi hijo se aguantó de llorar en mi presencia para no inquietarme, pero en cuanto salió de la sala no pudo evitarlo y lloró como un niño al recordar verme lleno de mangueras y tubos que me daban un aspecto deprimente, y junto con su hermana y mi esposa, dieron muchas gracias a Dios en el Nombre de Jesús por haberme conservado la vida.
Era el treinta de Septiembre de mil novecientos noventa y ocho, y recuerdo que en esos momentos en que me acomodaban en una de las camas de ese lugar, sentí hambre, e inmediatamente me trajeron unos alimentos para que me los comiera, sólo que eso iba a estar medio difícil porque me habían taponado mis fosas nasales con unas gasas y algodones, a lo que le llamaban "bigotera" por lo que se me hacía muy difícil poder comer, porque al mismo tiempo tenía que respirar por la boca, por lo qué el médico ordenó que me trajeran los alimentos licuados para que fuera más fácil el poder comerlos, pero en este lapso de tiempo, le pedí a mi esposa que me diera de comer lo que ya me habían traído porque se veía apetitoso, y ella así lo hizo, y con todas las dificultades en que mi estado me colocaba, devoré todo ese alimento más pronto que inmediatamente ante la sorpresa del médico y de mi esposa e hijos.
Según el médico, debería permanecer en ese lugar cuando menos ocho o diez días en los que sería observado por medio de aparatos a que todo se desarrollara en forma conveniente para después poder ser trasladado a mi cama en la sala de pacientes.
En ese lugar había en observación otras personas en espera de recuperarse y abandonar ese lugar, pero tristemente para sus familiares no lo pudieron lograr, por lo que solamente yo pude salir vivo de allí gracias a la infinita misericordia de Dios en el Nombre de Jesús, y esta situación, me empezó a hacer reflexionar y a meditar en el por qué Dios me daba otra oportunidad de vida.
A los tres días abandoné la sala de cuidados intensivos y me trasladaron a mi suite en donde estaría hasta que estuviera listo para ser dado de alta y que sería, según el médico, aproximadamente en treinta días más.
En ese lugar había tres o cuatro camas con otros tantos pacientes en condiciones semejantes, y ya allí, me dieron la noticia de que ya había nacido mi segundo nieto lo cual me llenó de un gusto enorme al saber que todo había salido bien gracias a Dios, pero lo que no me dijeron en ese momento para no angustiarme, es que mi hija tuvo problemas en su embarazo, ya que el parto se le estaba adelantando mes y medio, por lo que los médicos que la estaban atendiendo le suministraban ciertos medicamentos para detenerlo, sólo que a mi hija no se le detuvieron las contracciones y sentía que ya no podía más ante la mirada un tanto indiferente de los médicos, pero éstos, al ver que las cosas se empezaban a complicar, la metieron de urgencia a la sala de expulsión en donde mi nieto nació. Durante el parto, mi hija sentía que se moría junto con el bebé y clamaba la ayuda de Dios y en un momento dado, vio y sintió que yo estaba a su lado tomándola de la mano durante el proceso lo que la tranquilizó profundamente, ya que a través de ese suceso, el Señor le hacía saber que todo ya se encontraba bien.