Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.
(Jeremías 2:13)
Tenemos sed. No hallamos cómo saciarla. Nos desespera. Uno puede tolerar más fácilmente el hambre... pero tener sed es una tortura insoportable.
Imaginate un manantial que fluye continuamente, accesible y atractivo, de agua fresca y pura. El copioso flujo de agua gorgotea y salpica de piedra en piedra como danzando por escalones al bajar. Allí una persona hallaría abundancia para suplir sus necesidades, regar sus sembradíos, y dar de beber a sus rebaños. Nunca tendría sed.
Ese manantial está frente a nuestros ojos. Nos salpica, nos invita, se nos ofrece... pero nos negamos a sumergirnos en él. Nuestras manos siguen secas y agrietadas. La boca pastosa ya nos impide pronunciar palabras... pero preferimos seguir sedientos y sufrir la angustia de la muerte próxima, antes que renunciar a nuestra soberbia, a nuestra rebeldía, a nuestra iniquidad.
Ignoramos el agua cercana. Obstinadamente, ilógicamente, preferimos cavar un estanque para recoger el agua cuando llueva... aunque sabemos que la tierra podrá retenerla por minutos antes de convertirse en barro inutilizable.
Así es como la Biblia describe a los que buscan felicidad en los lugares equivocados. El mundo está lleno de cisternas rotas, y fácilmente podemos nombrarlas; pero sólo Jesús puede dar alegría satisfactoria. Él dijo: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”
La verdadera felicidad se halla sólo en Cristo, el Agua Viva. Él pasó sed aquella tarde en la cruz. Su grito anunció esta sed que ahora sentimos nosotros. Él rechazó el líquido que podría aliviarlo temporalmente, para morir en su enorme agonía sabiendo que de ese modo el Manantial de Agua de Vida fluiría aternamente para que todo aquel que fuera a Él ya no tuviera sed jamás.
Seguimos intentando saciarnos con recipientes rotos, que escurren la ilusión de una saciedad que no llega. Escuchemos Su grito, que ahora es nuestro.
HÉCTOR SPACCAROTELLA (inspirado en un mensaje de DAVID JEREMIAH)