El cambio en uno mismo
Consideraciones sobre lo que hay que cambiar
y lo que ha de permanecer inmutable por siempre.
El cambio lo podemos abordar desde dos puntos de vista: técnico o de capacitación y desde la perspectiva humana. Desde el punto de vista de la capacitación asistimos a foros o cursos donde se nos instruye sobre la necesidad del cambio y en los que se enfoca el asunto de la resistencia al cambio. Aquí vemos que cuanto más flexible es el ser humano más fácilmente se adapta a los cambios. En realidad, el humano siempre se ha distinguido por el cambio, solo que cuando se produce una aceleración en el ritmo es cuando cree que algo está cambiando, pero no es así, el cambio en si mismo es una condición de estabilidad y de universalidad, dicho de otra manera, lo más estable que hay en el universo es el cambio. Podemos hacer comparaciones, por ejemplo, sabemos que el dinosaurio dejó de existir porque no se adaptó a los cambios en las glaciaciones. Vemos también que el topo o el castor vienen construyendo sus viviendas desde hace milenios de la misma forma, mientras que el sur humano ha cambiado el estilo de su morada al paso del tiempo.
Toda idea nueva asusta, el empuje del cambio nos viene a decir que aquello que veníamos realizando bien durante años ya no sirve. Lo que veníamos haciendo de forma rutinaria y casi inconsciente de pronto se enfrenta a una nueva situación en la que entra en lucha y reclama nuevas actitudes. Lo nuevo nos exige un replanteamiento de la eficiencia, requiere un esfuerzo, romper rutinas, elaborar nuevos esquemas, cambiar estructuras y adecuar nuestro tiempo y conocimientos a la nueva realidad. Es lógico, por tanto, que la mayoría de nosotros exhibamos cierta resistencia al cambio, pues nuestra comodidad, motivación muy importante, de pronto se ve amenazada. Tenemos que abandonar muchas cosas, cambiarlas, mejorarlas adecuarlas mediante adaptaciones que nos obligan a estudiar de nuevo, a borrar lo aprendido y a aprender de nuevo.
Es por eso que cuando se habla de cambio no podemos hablar solo de cosas sino de personas, pues son éstas quienes harán cambiar aquéllas. Somos los seres humanos los que nos enfrentamos a elementos y situaciones que nos obligan a decidir sobre la elaboración de planes que procuren nuestro rendimiento y nuestro bienestar.
Antes vivíamos en cuevas o sobre árboles, luego contemplamos la seguridad y la comodidad, prevenimos el ataque de animales, las variaciones del clima, el tener agua cerca, tierras de cultivo, desarrollamos transportes, vías de comunicación y cuantos elementos fuimos observando como necesarios. Si nos fijamos en algo, siempre fueron unos pocos humanos los que lideraron estos cambios para el beneficio de toda la humanidad.
Hoy nos enfrentamos a una situación distinta que atañe a todo el planeta, la globalización y el agotamiento de ciertos recursos así como el desgaste de aquellas
cosas que se consideraban la base de la economía de mercado, ha cambiado. Por lo tanto, nosotros también deberíamos cambiar para que el nuevo reto no nos cree más ansiedad que la necesaria. Nuestra inteligencia no debe usarse para protestar por algo que es externo a nosotros y que posiblemente, por mucho que queramos, no podremos cambiar. Aquí entraría en juego los términos muy usados hoy en psicología humana: Asertivo o proactivo versus reactivo.
Una persona proactiva es la que enfrenta el problema que tiene delante y lo hace pasar por su centro de poder que no es otra cosa que sus capacidades intrínsecas o desarrolladas, piensa en las posibilidades y toma las decisiones adecuadas para la solución del problema y para su propia adaptación al mismo. La persona reactiva tiene el mismo problema delante que la proactiva, pero su mundo externo es demasiado grande y su mundo interno demasiado pequeño, lo externo lo aplasta, no usa su centro de poder, no lo desarrolla, no trata de buscar la solución, se limita a llorar o a protestar de todo. Esto es igual que levantarse un día en la mañana, asomarse a la ventana, ver el cielo gris y deprimirse. Nosotros no podemos cambiar un cielo gris, eso lo deberíamos asumir de entrada, pero si podemos hacer cambios en nuestro interior para que un cielo gris no nos afecte. La diferencia entre un proactivo y un reactivo está en su centro de poder, si agrandas tu interior lo externo se empequeñece. Esto me recuerda el cuento de la lluvia y el taoísta, dice así: Para un excursionista un día lluvioso es un día malo, para un agricultor un día lluvioso es un día bueno, para un taoísta un día lluvioso es un día lluvioso. Las cosas en si no son buenas ni malas, simplemente son, pero al recibir el estímulo o impacto, le podemos dar una consideración buena o mala, según lo que tengamos dentro. Por lo tanto, es en nuestro interior donde debemos hacer hincapié para producir el cambio en nosotros mismos.
Desde el punto de vista humano podemos considerar cosas que no deberían cambiar. Veamos dos aspectos solamente que recogemos de viejos manuscritos:
Diligencia
“Como los días que han pasado se fueron para siempre, y como los que están por venir pudieran no llegar a ti, te es necesario emplear el estado presente sin lamentar la pérdida de lo pasado, o sin contar demasiado con lo que pueda venir, porque de tu próximo estado nada puedes saber, excepto lo que tus acciones de ahora dispongan para él…Cada estado futuro es lo que tu has creado en el presente…
Lo que resuelvas hacer, hazlo pronto. No dejes para la tarde lo que puedas hacer en la mañana…
La mano de la diligencia derrota a la necesidad; la prosperidad y el triunfo son los ayudantes del hombre industrioso…”
(En vos confío)
Inconstancia
“La naturaleza te impulsa a la inconstancia…, por lo tanto, cuídate siempre de ella…
El inconstante siente que cambia, pero no sabe porqué; ve que se escapa de si mismo, pero no advierte cómo. Se incapaz de cambiar en lo que es recto, y los hombres contarán contigo…
Pon tu corazón en lo que es recto; y aprende luego que la mayor alabanza humana es ser inmutable”.
(En vos confío)