CONFIAR
Cuando conocemos a alguien, esta persona genera en nosotros una primera impresión, una imagen que determina la
relación que queramos establecer con ella en el futuro
Si el resultado es bueno, esa persona nos gusta, nos cae bien, queremos repetir el encuentro. Poco a poco,
comenzamos a compartir cosas, desde aficiones, gustos, hasta valores y compromisos comunes. Esas zonas comunes,
que deseamos compartir con el otro, son las que generan confianza.
La confianza es uno de los pilares maestros en los que se asientan las relaciones humanas.
Es evidente que no confiamos en todo el mundo; no todas las personas despiertan en nosotros sentimientos parecidos
a la confianza. Cuando confiamos en alguien, abrimos nuestro corazón a esa persona y nos mostramos tal y como
somos;
Asumimos que esas personas nos aceptan, incondicionalmente, nos quieren y, por tanto, nunca nos harán daño
En ocasiones, construimos una imagen poco realista de la persona en quien confiamos, hasta el punto de considerarle
perfecto. No existe nadie que pueda asumir esa perfección sin sentirse abrumado por el hecho de no poder cometer
errores, ni tampoco comportarse de forma que contradiga ese ideal.
De modo que, si esta persona comete un error, es decir, se comporta como cualquier otro ser humano, entonces ese
ideal se rompe y la imagen creada se distorsiona. Nuestra seguridad se diluye y volvemos a sentirnos tremendamente
vulnerables. Si alguien que nos conocía, nos aceptaba y nos quería, incondicionalmente, nos “traiciona”, rompiendo
la confianza que teníamos en él, entonces, ¿qué no podrán hacer aquéllos en quienes no confiamos?
La ruptura de la confianza supone un cambio drástico en mi percepción del otro, aunque dicha percepción vuelve a
estar distorsionada: pasamos de creer que es un “santo” a que es un “demonio”, alguien que quiere hacernos daño;
es más, alguien que PUEDE hacernos daño, porque conoce nuestra parte más vulnerable. Tenemos miedo al dolor, al
sufrimiento, y al vacío de una posible pérdida con la que nos contábamos.
Perdonar al otro, en este contexto, es un acto necesario que permite la transformación sana de la relación; permite
elegir cómo realizar la transición de una relación de confianza a otra que pretende subsanar el error y reparar dicha
confianza. Si no perdonamos al otro tendremos que asumir que esa relación se acabó y habrá que elaborar el duelo
que esa pérdida significativa supone para nosotros. Pero esa situación nos exige un esfuerzo más: el de perdonarnos a
nosotros mismos. Muchas personas no pueden perdonar al otro porque no son capaces primero de perdonarse a sí
mismos por el “error” cometido: confiar. El único modo de elegir realmente qué quiero hacer con el vínculo que se
ha quebrado, al perder la confianza, es perdonarme y perdonarte.
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