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General: LE CONTE LA NAVIDAD A SAN LUCAS
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De: HadadelSol  (Mensaje original) Enviado: 02/12/2010 01:23
 


 








Salimos de Nazaret a la madrugada y llegamos a Belén al anochecer del cuarto dia. La travesía en caravana fue agotadora pero segura. De los ondulantes campos de trigo con abundantes fuentes y bosques de encinas de Galilea, pasamos a las depresiones menos fértiles de Samaria; y de Samaria, a los áridos declives de Judea con sus bajas colinas y valles pedregosos.


José caminaba a mi lado. Estaba fastidiado por tener que ir a Belén con su mujer embarazada nada más que para empadronarse. María iba sobre mi lomo. Era liviana, casi no la sentía. ¡Y qué niña tan dulce! Me hablaba todo el tiempo, me hacía mimos, me acariciaba las orejas. Era una felicidad llevarla a cuestas.


No me propongo contradecir la teología, pero por gracia de Dios soy una de las pocas personas que recuerdan sus anteriores vidas. Fui mosca en la edad de piedra, ratón siglos después y hace dos mil años reaparecí en este mundo como un simpático y sufrido burrito.


Anochecía cuando llegamos al pueblito de David.


¡Dios, qué gentío! Las angostas calles de Belén estaban atestadas de personas y animales. Nos abrimos paso en dirección del mesón de Jeremías, el único del pueblo. José conocía al dueño.


—Amigo José, cuánto lo siento. No tengo lugar para ustedes.


—Por favor, Jeremías —suplicó José—un rincón para que descanse María, está por dar a luz...


—José, es imposible, tengo gente hasta en mi propia cocina. Todos han venido a cumplir el edicto de Augusto Cesar; ¿y sabes para qué?—Jeremías miró cautelosamente a los costados y bajó la voz—: para cobrarnos más impuestos, para eso nos quieren censar. Pero, en fin, veamos qué puedo hacer por ti..., a ver..., mira, aquí cerca tengo el establo, es una gruta, cruzando ese descampado; puedes albergarte allí si lo deseas; al menos tendrás un abrigo... y te saldrá más barato.


José regateó el precio, pero debió pagar lo que le exigía su amigo Jeremías porque "había una gran demanda", según le hizo entender el mesonero. "No declares todos tus bienes, José", le aconsejó al despedirse.




Entramos en la oscura gruta. José llevaba un candil encendido. Nos miraron con curiosidad una vaca, un camello y varias ovejas. Me acerqué a ellos mientras María se arrodillaba para orar y José improvisaba un lecho tendiendo una manta de lino sobre una piedra plana.


—Hola.

—Hola— contestó la vaca mirándome con desconfianza.

—Gruuf –bufó el camello de mal humor.

—Vengo con esta pobre gente que no consiguió alojamiento.

—¿Quiénes son?

—Ella se llama María y está encinta.

La vaca observó detenidamente a María.

—Qué raro... — murmuró.

—¿Raro...? ¿Qué es lo que te llama la atención?

—No sé... esa mujer tiene algo especial. Su silueta parece recortarse sobre un tenue resplandor.


Contemplé a María que oraba en silencio y noté que hasta José la vigilaba con nerviosismo. "Es el candil que proyecta extrañas sombras", me dije sin convencerme. Intuí que algo extraordinario estaba por suceder en aquella miserable cueva.




—José—la voz de María nos sobresaltó.

—¿Sí...?

—Creo que voy a tener al niño...

—No te preocupes, todo va a salir bien.

—Parece que va a parir— susurró la vaca—. Esto va a ser divertido.

-¿Por qué no se callan y me dejan dormir?— rezongó el camello.

—No seas gruñón –contestó la vaca –está por nacer un niño y eso siempre es un hermoso acontecimiento.

—Un niño, un niño, no me gustan los niños, son gritones y molestan.


María comenzó a quejarse por los dolores del parto. José hizo de matrona con habilidad. De pronto el establo se iluminó con una luz suave y azulada y se oyó el llanto de un bebé. José iba y venía atareado. El pequeño lloraba como cualquier recién nacido. José acomodó un poco de alfalfa de un comedero, cubrió con una blanca piel de cordero y colocó allí al niño ya lavado y envuelto en pañales.


—Qué feíto es— bromeó José.

—Es hermoso— replicó la madre mientras lo acariciaba desde su improvisado lecho.

María entonó una canción de cuna y al terminar su arrullo le dijo al bebé con voz muy baja: "Bienvenido a este mundo, Señor".

El pequeño calló y se durmió. La vaca y yo nos acercamos con arrobamiento. Hasta el camello se sintió atraído por el enigma de esa escena irrepetible y levantándose trabajosamente se acercó al pesebre.


María estaba dormida. José contemplaba al niño y por momentos dormitaba. La vaca, el camello, dos de las ovejas y yo rodeamos el pesebre y miramos extasiados esa imagen cautivadora. El recién nacido tenía el pelito renegrido y la tez morena. Sus manitas, al moverse, dejaban, como luciérnagas, una estela fosforescente en la semioscuridad.


Y así nos quedamos inmóviles, no sé por cuánto tiempo.

Aturdido salí de la gruta y comencé a caminar sin rumbo. No habrá pasado ni una hora cuando el cielo estrellado y limpio comenzó a relampaguear. A pocos pasos de mí se hallaban unos pastores con sus rebaños. Algo increíble ocurrió entonces. Un destello deslumbrante rasgó la penumbra neblinosa de la madrugada y un gigantesco joven con alas y una túnica amarilla descendió de las alturas y quedó suspendido en el aire frente a los horrorizados pastores.


—Pastores de Belén, no teman, soy un ángel del Señor –los tranquilizó con voz profunda y suave el joven alado -; vengo a darles una noticia de grandísimo gozo para el pueblo: hoy ha nacido en la ciudad de David, el Mesías, Cristo Nuestro Señor. Vayan a adorarlo. Esto les servirá de señal: hallarán al niño envuelto en pañales, acostado en un pobrísimo pesebre


Dicho esto un gigantesco telón con estrellas pareció descorrerse en el firmamento y cientos de seres alados, algunos con largas trompetas, entonaron estas alabanzas:


"Gloria a Dios en las alturas, gloria a Dios en las alturas / ha nacido el Salvador; paz en la tierra a todos los hombres de buena voluntad"


Ignoro lo que pasó después en la gruta. José tuvo que entregarme al recaudador de impuestos luego de empadronar las tierras y el taller de carpintería que poseía en Nazaret, y el funcionario romano me vendió a unos mercaderes persas que me llevaron a Siria. A los pocos días enfermé y morí. Mi espíritu vagabundeó confusamente durante cerca de sesenta años. Yo hasta hace poco no conservaba recuerdo alguno de esas épocas de trashumante incorpóreo hasta que días atrás, estando en misa, tuve una repentina visión de ese oscuro pasado.


Siempre me había llamado la atención que en el Evangelio de San Lucas se narraran con aceptable exactitud los episodios que yo viví en Belén. Es el único evangelio que describe el Nacimiento. ¿Cómo podía saber todo eso un erudito de Antioquía nacido veinte o treinta años después a cientos de kilómetros de distancia?


Relea usted el Nuevo Testamento y verá que San Mateo, por ejemplo, sólo relata la visita de los tres magos de oriente y la matanza de los niños por orden de Herodes, acontecimientos históricos conocidos por todos en su época, pero nada dice del Nacimiento en la gruta y la revelación de los pastores. San Marcos y San Juan, por su parte, inician sus evangelios describiendo a un Jesús ya grande, que se le aparece a Juan el Bautista a orillas del río Jordán.


Estos tres evangelistas no mencionaron la gruta de Belén porque no podían saber lo que sucedió allí. ¿Cómo lo supo Lucas? Más aún: ¿Por qué Lucas no describe la visita de los magos y el crimen de Herodes, hechos, como dije, narrados por Mateo y que se produjeron poco después del Nacimiento?


Pero ahora sé lo que ocurrió. Sesenta años después de mi muerte mi espíritu pasó por Antioquía y se sintió misteriosamente atraído por un médico muy respetado, hombre culto y sensitivo que en sus horas libres escribía poemas y narraciones mitológicas. Me le aparecí en sueños y le conté la historia de Belén.


Lucas, un gentil que todavía no había conocido a Pablo y por lo tanto nada sabía aún sobre el cristianismo, escribió inmediatamente lo que había soñado. Pero en ese escrito, que más tarde formaría parte de su Evangelio, no me menciona para nada, típica negación de todo escritor que plagia las ideas de otro. No le guardo rencor; después de todo, ¿quién se atreve a confesar que dialogó con el espíritu de un burro?


La prueba de que yo fui el único testigo lúcido de aquellos acontecimientos está en la omisión que hace Lucas de los episodios de los magos y la masacre de los inocentes. Él no podía conocerlos porque cuando ocurrieron yo ya no estaba en Belén, por lo tanto no los pude relatar.


Y esto es todo. Fui yo quien le contó la Navidad a este Santo, y él se lo contó a toda la humanidad.



* * * * *



El anciano sacerdote terminó su extraño relato y se reclinó en la mecedora de su celda franciscana. Su mirada cansada quedó como perdida en el milenario pasado que acababa de evocar. No me respondió cuando me despedí de él. Tal vez su senilidad le ha hecho imaginar el protagonismo bíblico que se atribuye.


¿Qué importa? Su historia, apócrifa o verdadera, no altera la grandiosidad del acontecimiento que cambió la historia del mundo. Y Dios ha querido misteriosamente que fueran animales los únicos testigos de ese suceso.



Cuento escrito por

~*~ Enrique Arenz ~*~



 

HadadelSol




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De: Vampiresa Enviado: 30/12/2010 00:18
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