Resulta que un día los chicos del jardín estaban muy cansados, y la maestra los mandó a dormir la siesta. Sin protestar, todos se sacaron los zapatos, los tiraron como siempre por cualquier lado y se acostaron en las colchonetas.
Durmieron una linda siesta, y el primero que se despertó fue Pifucio. Y después de dar unas vueltas, se puso los zapatos y se fue al patio.
Después de un rato, se despertó Berberecho. Y se quiso poner los zapatos para ir a jugar al patio, pero no pudo: no los encontraba por ningún lado. Al final encontró unos y se los puso.
Al rato se despertó Martina, y le pasó lo mismo: buscó sus zapatos por todos lados, pero no los encontró. Al final encontró unos y se fue a jugar al patio.
Después de un rato se despertó Nahuel, y cuando se quiso poner los zapatos no los encontró. Finalmente se puso unos y se fue al patio.
El último que se despertó fue Plomín. Se puso el único par de zapatos que quedaba y se fue a jugar al patio con los demás.
Ese día les tocaba clase de gimnasia. La profesora los reunió a todos en el patio y les dijo que tenían que correr en círculos. Empezaron a moverse, pero casi ninguno podía correr: se caían, se tropezaban, rengueaban, se pisaban los pies unos a otros y se les enredaban los pies.
- ¿Pero qué les pasa a Uds. hoy? - decía la profesora. - ¿Están borrachitos?
¿Tienen sueño? ¿Se olvidaron de como se corre?.
- A mí me duelen los pies - dijo Nahuel.
- A mí me apreta el zapato - dijo Berberecho.
- A mí me queda flojo - dijo Martina.
La maestra les miró los pies a todos y dijo:
- ¿Pero que les dio a todos por cambiarse los zapatos? ¡Esto no puede ser!.
Resultó que Pifucio tenía los zapatos de Plomín; Berberecho, los de Martina; Martina, los de Nahuel; y Nahuel, los de Pifucio.
La maestra se enojó, y les dijo que no estaba bien que se cambiaran la ropa con los compañeros. Que los zapatos eran de cada uno. Que se estiraban y se podían romper.
- Lo que pasó es que yo no encontré mis zapatos - dijo Plomín.
- Yo tampoco - dijo Berberecho.
Y lo mismo dijeron todos.
- Pero quien anduvo escondiendo los zapatos de estos chicos ? - dijo enojada la maestra.
Entonces Pifucio dijo:
- Nadie escondió los zapatos. Y los chicos no tienen la culpa, fui yo que empecé el lío.
- ¿Y cómo? ¿Les dijiste a todos que se cambiaran de zapatos?
- No, fue sin querer. Porque yo no encontraba mis zapatos, y me puse sin querer los de Berberecho. Entonces él se puso los de Martina, y Martina los de Nahuel, y Nahuel los de Plomín. Y Plomín, que se despertó último, encontró los míos y se los puso.
- Ay Pifucio, como siempre vos sos el que empieza los líos.
- Pero sin querer, seño. - dijo Pifucio. - Cómo siempre.
- Todo el mundo se saca los zapatos ! Todo el mundo busca sus zapatos! Todo el mundo se los pone! - ordenó la señorita.
Cuando terminaron, Pifucio dijo:
- Estuvo bastante divertido. Podemos hacerlo de nuevo con otra ropa?
- Noooooo! - gritó la seño.