Me acostumbré a tus ojos apagados
por la deseperanza,
a tu voz con distancia,
a tu caricia contenida
en la estela del recuerdo.
Al todo o nada y nada y todo.
Me acostumbré a jugarme la vida
en una palabra
sin saber de mi mismo,
a preguntarle a mi corazón
sin saber si consentía. Me acostumbré a tu ansiada ternura,
a tus pasos para verte
y al silencio de las equivocaciones. Me he acostumbrado a pensar,
más que a actuar
a vivir, a expresar,
sin saber que pasará. Me acostumbré a tí,
CIELO