Tarde o temprano hay un hombre que debería llegar a la vida de toda mujer, ciertamente mejor temprano, pero en todo caso, lo que importa es que llegue en algún momento. Es el maestro. Es quien te inicia al arte de amar. Es el amante.Cuando llego a mi vida lo recuerdo como si fuera ahora.... nos miramos y sabíamos que lo que vendría seria inevitable. Nos hablamos.... pero realmente estábamos de una vez acariciandonos con las palabras. Y de una vez nos dedicamos a ese tormento de socavar la firmeza del otro hasta que......fuimos dos pieles perfectas. Sin limitaciones nos unimos en armonía, una de esas armonías de las que resultan difíciles las descripciones. Creo que si nos hubiéramos salido de nuestros cuerpos para mirarnos, nosotros mismos nos habríamos sorprendido de la danza perfecta en que nos encontrábamos. Nos nutrimos el uno del otro, yo de su boca y él de la mía. Nos bebimos como solo saben tomar los sedientos, con avidez, con desesperación y con ganas. La desnudez no era suficiente y nos queríamos arrancar la piel para desnudarnos aun mas. Y así nos perdimos en una entrega tras otra, olvidandonos de nosotros mismos, de nuestros nombres, de donde veníamos y adonde iríamos. Siempre de la mano. El el amante maestro llevandome mar adentro y mar afuera. Lejos y mas lejos, una y otra vez.
No tenía que ser hombre.... era amante.... por lo tanto lleno a rebosar de la sabiduría del placer.
Aprendí de él las caricias mas osadas, los besos mas sutiles, las palabras al oído. Me enseño a olvidarme de mi porque él sabia olvidarse de si mismo. En un juego de batallas y rendiciones nos amamos sin decirlo, regresando al origen, al comienzo. Enmudecí sorprendida por mi docilidad y sumisión y grite enardecida encontrandome guerrera despiadada y altiva. Nos miramos dormir esperando el despertar del otro. Para volver a empezar. Encuentro tras encuentro. Por meses.... Por años....