
La plaza
Era una gran plaza abierta, y había olor de existencia. Un olor a gran sol descubierto, a viento rizándolo, un gran viento que sobre las cabezas pasaba su mano, su gran mano que rozaba las frentes unidas y las reconfortaba.
Y era el serpear que se movía como único ser, no sé si desvalido, no sé si poderoso, pero existente y perceptible, pero cubridor de la tierra.
Allí cada uno puede mirarse y puede alegrarse y puede reconocerse. Cuando en la tarde caldeada, solo en tu gabinete, con los ojos extraños y la interrogación en la boca, quisieras preguntar algo a tu imagen,
no te busques en el espejo, en un extinto diálogo en que no te oyes. Baja, baja despacio y búscate entre los otros. Allí están todos, y tú entre ellos. Oh, desnúdate y fúndete, y reconócete.
Vicente Aleixandre
01.07.10
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