Orillas del Sar
I
A través del follaje perenne que oír deja rumores extraños, y entre un mar de ondulante verdura, amorosa mansión de los pájaros, desde mis ventanas veo el templo que quise tanto.
El templo que tanto quise... pues no sé decir ya si le quiero, que en el rudo vaivén que sin tregua se agitan mis pensamientos, dudo si el rencor adusto vive unido al amor en mi pecho.
II
Otra vez, tras la lucha que rinde y la incertidumbre amarga del viajero que errante no sabe dónde dormirá mañana, en sus lares primitivos halla un breve descanso mi alma.
Algo tiene este blando reposo de sombrío y de halagüeño, cual lo tiene en la noche callada de un ser amado el recuerdo, que de negras traiciones y dichas inmensas, nos habla a un tiempo.
Ya no lloro..., y no obstante, agobiado y afligido mi espíritu, apenas de su cárcel estrecha y sombría osa dejar las tinieblas para bañarse en las ondas de luz que el espacio llenan.
Cual si en suelo extranjero me hallase, tímida y hosca, contemplo desde lejos los bosques y alturas y los floridos senderos donde en cada rincón me aguardaba la esperanza sonriendo.
III
Oigo el toque sonoro que entonces a mi lecho a llamarme venía con sus ecos, que el alba anunciaban, mientras, cual dulce caricia, un rayo de sol dorado alumbraba mi estancia tranquila.
Puro el aire, la luz sonrosada, ¡qué despertar tan dichoso! Yo veía entre nubes de incienso visiones con alas de oro que llevaban la venda celeste de la fe sobre sus ojos...
Ese sol es el mismo, mas ellas no acuden a mi conjuro; y a través del espacio y las nubes, y del agua en los limbos confusos, y del aire en la azul transparencia, ¡ay!, ya en vano las llamo y las busco.
Blanca y desierta la vía entre los frondosos setos y los bosques y arroyos que bordan sus orillas, con grato misterio atraerme parece y brindarme a que siga su línea sin término.
Bajemos, pues, que el camino antiguo nos saldrá al paso, aunque triste, escabroso y desierto, y cual nosotros cambiado, lleno aún de las blancas fantasmas que en otro tiempo adoramos.
IV
Tras de inútil fatiga, que mis fuerzas agota, caigo en la senda amiga, donde una fuente brota siempre serena y pura; y con mirada incierta, busco por la llanura no sé qué sombra vana o qué esperanza muerta, no sé qué flor tardía de virginal frescura que no crece en la vía arenosa y desierta.
De la oscura Trabanca tras la espesa arboleda, gallardamente arranca al pie de la vereda la Torre y sus contornos cubiertos de follaje, prestando a la mirada descanso en su ramaje cuando de la ancha vega, por vivo sol bañada que las pupilas ciega, atraviesa el espacio, gozosa y deslumbrada.
Como un eco perdido, como un amigo acento que suena cariñoso, el familiar chirrido del carro perezoso corre en las alas del viento y llega hasta mi oído cual en aquellos días hermosos y brillantes en que las ansias mías eran quejas amantes, eran dorados sueños y santas alegrías.
Ruge la Presa lejos..., y, de las aves nido, Fondóns cerca descansa; la cándida abubilla bebe en el agua mansa donde un tiempo he creído de la esperanza hermosa beber el néctar sano, y hoy bebiera anhelosa las aguas del olvido, que es de la muerte hermano: donde de los vencejos que vuelan en la altura la sombra se refleja; y en cuya linfa pura, blanca, el nenúfar brilla por entre la verdura de la frondosa orilla.
V
¡Cuán hermosa es tu vega! ¡Oh, Padrón! ¡Oh, Iria Flavia! Mas el calor, la vida juvenil y la savia que extraje de tu seno, como el sediento niño el dulce jugo extrae del pecho blanco y lleno, de mi existencia oscura en el torrente amargo pasaron, cual barridas por la inconstancia ciega, una visión de armiño, una ilusión querida, un suspiro de amor.
De tus suaves rumores la acorde consonancia, ya para el alma yerta, tornóse bronca y dura a impulsos del dolor; secáronse tus flores de virginal fragancia; perdió su azul tu cielo, el campo su frescura, el alba su candor.
La nieve de los años, de la tristeza el hielo constante, al alma niegan toda ilusión amada, todo dulce consuelo. Sólo los desengaños preñados de temores, y de la duda el frío, avivan los dolores que siente el pecho mío, y ahondando mi herida, me destierran del cielo, donde las fuentes brotan eternas de la vida.
VI
¡Oh, tierra, antes y ahora, siempre fecunda y bella! Viendo cuán triste brilla nuestra fatal estrella, del Sar cabe la orilla, al acabarme, siento la sed devoradora y jamás apagada que ahoga el sentimiento, y el hambre de justicia, que abate y anonada cuando nuestros clamores los arrebata el viento de tempestad airada.
Ya en vano el tibio rayo de la naciente aurora tras del Miranda altivo, valles y cumbres dora con su resplandor vivo; en vano llega mayo de sol y aromas lleno, con su frente de niño de rosas coronada, y con su luz serena: en mi pecho ve juntos el odio y el cariño, mezcla de gloria y pena, mi sien por la corona del mártir agobiada y para siempre frío y agotado mi seno.
VII
Ya que de la esperanza, para la vida mía, triste y descolorido ha llegado el ocaso, a mi morada oscura, desmantelada y fría tornemos paso a paso, porque con su alegría no aumente mi amargura la blanca luz del día.
Contenta el negro nido busca el ave agorera, bien reposa la fiera en el antro escondido, en su sepulcro el muerto, el triste en el olvido, y mi alma en su desierto.
Rosalia de Castro
16.07.10
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