El viento rozaba mis mejillas como suaves dedos acariciándome, al mismo tiempo que caminaba sobre la arena, dejando huellas en cada paso que daba. Una marea de emociones invadía mi cuerpo, mente y alma, al sentirte a mi lado.

Senti mi mano ser apretada, y aprete tu mano con fuerza; en un beso cálido tus labios se humedecían de los mios. El tiempo se detuvo para besarnos con pasión y deseo, mi cuerpo vibraba con la intensidad de mil olas de mar, te atraje a mis brazos, tú mi luna convertida en mujer, con ternura mis manos sujetaban tu cintura, posabas tu cabeza sobre mi pecho desnudo, y la mía recostaba sobre la tuya.

Acarició tus cabellos suaves como espuma del mar, moviéndose al vaivén de mis dedos los peinaba, jugaba, entre medio de mis dedos los pasaba. No sé escuchaba sonido alguno, ni si quiera las olas chocar sobre las rocas, sólo la melodía de nuestras lenguas entre nuestras bocas.

Con mis manos levemente alce su mirada para reencontrarla con la mía, me transmitía paz, serenidad y calma.

¿Qué reflejas en el brillo de tus ojos?

- El rayo de los tuyos, que calma mis sentidos y me llena de paz y serenidad.

- ¿Eres mía?

Su mirada brillo, su cuerpo se estremeció y dijo:

- Soy tuya, porque soy feliz en tus brazos, entre tus pies.

Sentí una explosión en mi interior al escucharlo. Nos sonreímos con complicidad, nuestras manos se apretaban, con el calor de nuestros cuerpos, pronuncié desde mi interior:

- Soy tu Dueño, siendo mi pecho tu almohada, naciendo en mis pies, descansando en mis brazos.

Ella sonreía más y mi rostro se iluminó de la luz de su alma. Con mi mirada, mis manos, mis dedos acariciando los suyos, lentamente sus rodillas se fueron doblando, su cuerpo se electrizaba de deseo, su mirada de adoración se cubría, mi alma contemplaba a la suya, mis ojos brillando como fuego y reflejando lo que en mí provocaba tu alma que me abrazaba.

El mar se quedó quieto, la arena en un cómodo cojín se transformó debajo de sus rodillas, las nubes danzaban alegremente alrededor nuestro, el viento enmudeció para escuchar nuestras almas hablar con furor, el tiempo se detuvo, acariciando sus cabellos, la luz de las estrellas en nosotros se posó. En el mar el reflejo de nuestros espíritus: “el sol y la luna”.

Me recosté sobre la arena, lentamente, sin deja de admirar su sensualidad, la alegría de su mirada, su cuerpo postrado delante de mí, la explosión como un volcán de nuestras emociones y sensaciones, la intensidad de las olas de deseo, mis labios se abrieron y dijeron:

- Ven! Recuéstate sobre mi pecho.

Con mis manos atraía su cuerpo hacia el mío. Nuestra complicidad era mutua y innata en nosotros. Sentí su piel como pétalos de rosa, el olor a lirios que emanaba.

- Mi niña adorada, mi pecho siempre será tu almohada.

Con ternura le abrazaba, en mi pecho sus ojos cerraba, con un beso sellaba el dulce encuentro, en un suspiro nuestro, el tiempo en silencio se quedaba y dos cuerpos en uno se transformaban.

- Tú eres mi luna y yo soy tu Sol, tú eres mi suspiro y yo soy tu AMOR.

Desde entonces, cuando la luna se arrodilla, el sol se levanta para nacer un nuevo día. Al anochecer el Sol se acuesta y la luna descansa sobre él, entre nubes y estrellas guardianes del lecho de nuestros cuerpos.

D/A