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General: SUEÑOS PREMONITORIOS
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Jeroa  (Mensaje original) Enviado: 18/08/2010 17:27
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Mira si he soñado cosas
en esta noche pasada,
que he soñado que era sueño
aun lo mismo que soñaba. (A. Ferrán)


 

SUEÑOS PREMONITORIOS



¿Dónde está la inaprensible y transparente raya, que señale la separación entre la realidad y los sueños?
¿Qué lado de ese confín encierra la experiencia vivida y cuál la vivencia soñada?
Quizás no exista esa frontera.
Tal vez la razón y el delirio sean parte de la misma sustancia, y se entremezclen y unifiquen como se unen el cuerpo y el Alma...



Capítulo I




A la vez que salía del sueño, iba siendo más y más consciente de mí mismo y sentía que mi cuerpo se hallaba dulce y relajado. Poco a poco mis sentidos se alertaban, en tanto que me sumía en una sublime sensación de paz. La noche me fue muy grata; pues no quedó en mi memoria rastro de pesadilla que turbase mi ánimo, ni tensiones que denotasen malas posturas.

Abrí los ojos y paseé errante la mirada por el techo y los muros de la habitación. Vi que ya salían las luces, vagas y pálidas, de un falso amanecer. Aún no había llegado el albor que me mostrara el nuevo día; no obstante, los objetos se veían imprecisos con la débil luz de un cielo luminiscente, ya sin estrellas, que se difundía a través de la ventana. Nacía ya el día uno de agosto de mil novecientos ochenta y cuatro y la brisa, que venía del cercano mar; enfriaba el aire y lo calaba de sal y humedad, en vivo contraste con el ardor del terral del día anterior.

Realmente me sentía muy bien, notando la caricia del fresco aire en mi piel y el sosegado silencio que infundía seguridad.

Gocé un buen rato de tan gratas impresiones y, al cabo, me invadió un vivo deseo de salir del lecho, lejos ya de mi mente todo rastro de pereza o de sopor. Y, sin poder rehusar, me apresté a cumplir el fin que me exigía aquel antojo y comencé a levantarme.

En tanto que erguía el torso, noté una muy dulce sensación de ingravidez y vi, perplejo, que mi cuerpo aún yacía, sin dar señales de vida. Se le veía libre del afán de mi ágil espíritu; que salía vaporoso y sutil de mi yo físico, como la mariposa huye del capullo huero e inútil.

Y con la mayor sencillez salí de la cama y me vi levitar a un palmo del suelo.

El cuarto seguía en silencio y aún sombrío. Un tic, tac, mecánico y cansino, medía a compás el paso del tiempo. Vi al reloj marcar las 06:48 y supe que ya iba a caer el día. El Sol saldría muy pronto y los objetos se me hacían, cada vez, más precisos y claros.

Miré a mi cuerpo inerte en la cama con gran interés, pues no comprendía una dualidad tan pasmosa, como grata.

Quise estar seguro de no soñar, mas no sabía cómo. Aun así, tuve la certeza de que todo era muy real; ya que mis sentidos percibían con total claridad y los pensamientos fluían ágiles por mi cerebro, ligero y despierto. Pero... si era así... ¿Qué me pasaba? ¿Acaso se podía librar el Alma del cuerpo?... ¡Quería saber el cómo y el por qué de un suceso tan imposible!

Y al fin caí en la cuenta: lo que miraba con el despego y la indiferencia de un espectador ajeno, no podía ser otra cosa que... ¡mi propia muerte!
El latir del reloj me vino a recordar lo breve que es la vida; y comprendí que mi Alma huía del inútil cuerpo, al llegar ya la fecha que le marcó el fatal destino.
Mas pronto vi mi error: el leve girar de mis ojos bajo los párpados y el sordo ronquido, que salía a través de los labios entreabiertos, me hizo pensar que aún vivía. Pero no sentí alivio por ello, ni noté pesar o miedo cuando creí estar muerto: sobre toda sensación, seguía con una mezcla de paz y confusa curiosidad.

Y, si aún seguía vivo, ¿por qué aquel desdoblamiento? ¿Sería, tal vez, un viaje astral?


Sentía tan alto grado de libertad, que deseé salvar el vano de la ventana y vagar en el aire sin rumbo ni destino. Aun así, decidí no ir lejos del cuerpo; ya que dudé de hallar la ruta de vuelta, si rompía el sutil cordón que me unía a la vida. Pues, si bien ya no temía a la muerte, a la que creía una dulce liberación, no por ello la quería provocar y decidí esperar y ver el desarrollo de tan extraño acontecimiento.

Desde el aire, suspenso sobre la cama, vi que el Sol clareaba ya el puro azul del cielo y las sombras huían con desgana de mi entorno. Mi mirada se posó cálida en el rostro de Candi; que, apoyado sobre la palma de su fina mano, se me ofrecía dulce y recatado, bajo la opaca traza del sueño.

De pronto vi que, junto a ella, alguien yacía en el lugar opuesto al que mi cuerpo ocupaba y que no era en el que yo solía estar. Sin duda esta fue una de las cosas que más me chocaron: los lados que ocupábamos en la cama mi esposa y yo, estaban cambiados según nuestra costumbre. Pero lo que me causó alarma y un gran estupor; fue comprobar que un intruso se había deslizado bajo la sábana y compartía sin pudor algo tan mío e íntimo.

Lo veía todo tan absurdo; que, a pesar de la claridad de mis sentidos, pensé que debía estar inmerso en lo que parecía, se iba a trocar en falaz y ridícula pesadilla.
Y, ofuscado por tan súbito hallazgo, con sólo el brío que me dio mi deseo, me lancé con rabia hacia el extraño. Lo hice con la fiereza y agilidad del águila, que cae sobre un cervatillo desprevenido e indefenso. Mientras, aquel ser dormía con la fría quietud que da la inconsciencia y lejos de toda prevención o emoción.

Era calvo, seco y breve. Tenía la tez morena, los pómulos marcados y una edad ya avanzada. Su gran nariz reinaba sobre un bigote ralo y cano, los labios finos y largos y el mentón muy breve y curvado. Le veía tan leve, tan viejo y tan flaco, que todo en él me hacía pensar en una senil debilidad. Aun así, una fuerza sin par emitía su rostro, que me advertía de un temple rebelde y tenaz.

En tanto que escrutaba sus rasgos, que me parecían tan singulares, supe que no me era tan extraño como en un principio creí: El ser que en mi cama se acogía tan confiado, era... ¡Ganhdi!

Ya sí que no creí a mis sentidos y dudé de mi buen juicio. ¿Qué hacía el “Mahätmä” aquí? ¿Cómo y por qué había venido? ¿Es que no murió en mil novecientos cuarenta y ocho?
Para estas y otras dudas, no tenía respuesta. Pensé que un “viaje astral” se hacía en el plano espiritual; por lo tanto, no me debía sorprender de un encuentro con su alma. Pero... ¿Por qué él? ¿Cómo un “Alma grande” podría violar mi intimidad, y caer en un acto tan infame?...
Tanto misterio me hacía perder la calma, ya que no era capaz de hallar ni una sola explicación.
Pese a todo, mi asombro se hizo infinito, por el hecho que aún pude ver: una gran mancha se formó en la sábana; y calaba un amplio rodal que, como al intruso, mojaba a mi mujer. ¡No me lo podía creer!... ¡Gandhi se había orinado en mi cama!... Furioso le quise echar de allí; mas no, antes de pedirle explicaciones. Fui a tender mi mano con la idea de despertarle, cuando un ronco quejido llamó mi atención y... ¡Desperté!



Capítulo II




Junto a mí, Candi temblaba con gran pasión; en tanto que balbucía, con un bronco acento, vagos sonidos entre ahogados jadeos. Pensé que se debía hallar presa de un mal sueño y la quise despertar. Y con muy dulces meneos antes; pero con briosos zarandeos después, la saqué al fin de aquel mal trance. Su despertar fue tan súbito, que precisó de un tiempo, para al fin volver al mundo real.

Aún convulsa y húmeda por un frío sudor, gemía con pena; y se me abrazó con tan torpe y fiero afán, como el náufrago a su tabla de salvación. Era tal su dolor, que el pulso se le veía latir en las sienes y en sus labios trémulos y ardientes.
Poco a poco, al fin, se calmó y, ya más serena; mas aún con incierta voz, me narró el sueño por el que sentió tan gran terror.

“Se desveló al pensar en lo que debía de hacer, antes de iniciar el viaje que planeamos para ese día. De pronto, y sin saber por qué, se sintió desorientada. Buscó la causa y no tardó en saberla: estaba acostada en el lado opuesto del que solía estar. No le prestó la menor atención; aun así, se admiró por la novedad y por no recordar haber cambiado de sitio. E, impasible a un hecho que juzgó pueril, tornó su interés al tipo de ropa que se quería llevar, cuando... ¡supo que le acechaban!

Su primer deseo fue el de despertarme; pero antes se quiso asegurar de que el instinto no la engañaba, pues si bien había ya suficiente luz en la alcoba, el intruso estaría tras ella, fuera de su vista. Le prestó oídos al más leve rumor; pero los únicos sonidos que oía eran los de su propio jadeo y el continuo tic, tac, del reloj. Pensó que, aunque fuese falso su temor, me debía despertar; ya que así se libraría de un ruido tan bronco e irritador que emitía yo con mis ronquidos.

Estas razones, junto a la muda quietud de la casa; tuvieron la virtud de distraerla de lo que ya creía, no eran más que estúpidos miedos sin fundamento. Suspiró con gran alivio y cerró los ojos; pues quería dormir un par de horas más, ya que aquél sería un día de mucho ajetreo.

Al fin la calma volvió a compasar su pulso y, cuando ya se iba a dormir,... ¡creyó oír otra respiración! ¡Sí! Ya no le cupo duda: aislándolo de los demás sonidos, tuvo la certeza de oír otro aliento ajeno, que la asustaba muy seriamente.

Se quiso volver, mirar atrás y salir de dudas; mas el terror se lo impidió. Y, rota por el miedo, con toda su Alma gritó mi nombre en busca de protección. Me trató de llamar con todo su brío; pero sólo logró que el grito se le ahogara, sin fluir a su boca. No pudo dar ni una sola voz; en vez de mi nombre, lo que emitió fue un trémulo y ronco estertor. Y, aunque su angustia era inmensa, al fin cedió a mi afán y salió del irreal mundo de los sueños.”

Me quedé atónito. Sin duda, ella vivió el mismo sueño del que a mí me sacó con su ronca queja. Los dos los vivimos con la misma sensación de fiel realidad. Vimos los mismos cambios, en los sitios de la cama. Ella, al igual que yo, notó la misma rara presencia y, todo ello... ¡en el mismo tiempo!

Le conté a Candi mi ensueño; y ambos creímos que podría haber sentido entre tanta confusión. Pero... ¿quién es capaz de leer en los sueños?


El Sol lucía ya, con sus aún leves y anaranjados rayos, sobre las azoteas de las casas y al fin nos levantamos. Ese era el primer día de las vacaciones y por eso nos centramos con gozo, en la tarea de hacer las maletas. Si los viajes tienen un punto de aventura, la emoción es mayor si se goza del primer ocio en varios años. Además, nos movía la idea de unos días en plena naturaleza; lejos del trajín de la costa en plena época turística.
De modo que, mis dos hijos, Candi y yo; enfilamos muy felices la carretera, ante la promesa de vivir sucesos inolvidables. Ya hacía rato que se nos habían olvidado, los sueños de la pasada noche.


CAPÍTULO III




La ruta que va de Granada a Jaén; desde el puerto Carretero hasta La Guardia, repta por un bello cañón que el río Guadalbullón, con el tesón secular de sus aún limpias aguas, cava sin descanso. Ese valle se sitúa entre los montes del parque de la sierra Mágina y crea un paisaje de sin par belleza.

Es una ruda región, que fue frágil y móvil confín del reino de Granada. En ella aún se guarda el eco de gestas heroicas, que nos mueven a la fantasía.

Aquél día crucé por el lugar sin prisa; no porque las curvas tuviesen mucho riesgo, sino por el placer de gozar de tan lindo paisaje. Lo veía como un breve avance, del primor que creía nos esperaba al final del viaje. El plan era estar quince días en la casa de mis suegros, en Jaén, y otros quince en la sierra de Cazorla.

Mis hijos y yo, según solíamos hacer en los viajes; hablábamos sobre la historia y la geografía de la región, así como de la fauna y la flora que se veía desde el coche. A los tres nos atraían los olivos que, en hileras, subían por los taludes, en ocasiones tan empinados, que parecía un reto a la gravedad.
Nos cabía la duda, de si se les podían varear sus ramas, sin el riesgo de caer entre nubes de tierra ocre y amarilla. Tierra seca y abrasada, en ese día, por el Sol de agosto.

En tanto que los tres hablábamos de estas y otras cosas, Candi se mantenía callada. Todo el viaje se le veía pensativa, hasta que al fin nos contó el motivo de su silencio:

Hacía más de un mes que debió tener la regla; pronto vendría la segunda falta y, por lo tanto, le preocupaba estar embarazada.
No queríamos traer a otro hijo; pues teníamos una niña de catorce años y un niño de casi trece y, una vez alcanzada la pareja, creíamos que ya era suficiente. Fuimos padres demasiado jóvenes y queríamos disfrutar de tantas cosas de las que habíamos renunciado… además, nuestros hijos eran ya tan mayores, que no nos ilusionaba criar de nuevo a otro.

Pese a todo; sensibles a la alegría de los niños, nos hicimos a la idea y ya veíamos con agrado tal evento. Aún no entramos en las calles de Jaén y nuestro gozo era ya patente.

En verdad, no se podían empezar mejor, las tan ansiadas vacaciones del año 1.984.


CAPÍTULO IV Y ÚLTIMO



A las 00:25 horas, del día 22 de marzo de 1.985, nació mi hija Elena.
Era una cría vivaz y sana, que pesó al nacer tres kilos y seiscientos gramos. Tenía el pelo muy fino, suave y negro; la nariz respingona y la piel tersa y sonrosada. Su grácil cuerpo era puro y muy bien formado. Sus ojos, que lucían negros y grandes, miraban hondos y vivos, como si ya juzgasen sobre las vagas imágenes y la cruda luz que recibían.

Una muy tierna riada de orgullo colmó mi pasión de padre. La verdad; no pude recordar si sentí así, en el nacimiento de mis otros dos hijos. Pese a todo, en esos dos momentos, para mi no debió de ser muy distinto. Creo yo que el tiempo difumina los recuerdos y calma las pasiones; por lo que se agiganta lo cercano y se menguan las vivencias del pasado. En fin; tal vez mi mayor madurez me hizo medir, de modo más cabal, el valor de la paternidad.

Sea como fuese, yo estaba seguro de que aquel era el día más feliz de mi vida. No veía el momento de llevarla a casa y gozar de ella noche y día, sin el freno de las odiosas normas del hospital. Y por fin llegó la hora en que les dieron el alta; sólo pasaron tres días, pero a mí me parecieron semanas.
La llegada a la casa fue confusa, movida y ruidosa. Toda la familia se dio cita, y tanta gente acudió, que más se parecían a un enjambre en un panal. Y ufano asistí al teatro que se da en estos casos: “que si tiene las orejitas de su mamá”; “que la naricita es como la de su papá”; “¡tiene la mirada del abuelo!” Y otras frases por el estilo, todas igual de “nuevas y sagaces”.
Menos mal que todo en este mundo se acaba y, por fin, cada cual se fue a su casa. No era que fuese rudo con ellos, ni que no les agradeciera sus cumplidos. ¡No! Era que mi niña iba de unos brazos a otros y se frenaban mis deseos de gozarla, sin tiempo ni medida.

Pero ya llagó también, la hora de “bajar de la nube” y de cumplir con otras cosas: tenía que armar la cuna. Fue cuando recordé los sueños de la noche del día uno de agosto.

¡Y los reviví con el detalle, de casi nueve meses antes!

Con ser esto muy curioso; lo que me parecía más raro, era que en todo ese tiempo jamás habían rondado por mi mente las intrigantes pesadillas. Mas, aún yacían ocultas en un rincón de mi cerebro; como los datos de un programa informático a la espera de una señal que las activaran.

La señal que despertó mi memoria fue de lo más pueril: la cuna no cabía en el sitio junto a la cama en el que Candi solía dormir, por lo tanto, no hubo más remedio que montarla en el otro lado. Así que, con el fin de que la niña pudiese estar junto a la madre, debimos de cambiar de sitios Candi y yo.
Ese cambio casaba con uno de los hechos que más nos turbó, a pesar de ser tan trivial.
A partir de ese día seríamos tres en la alcoba y en los mismos sitios de la cama que en los sueños.
La concepción de mi hija no la preveíamos; por lo tanto, al igual que la de Gandhi, la llegada de Elena fue por sorpresa.
Mas, por si aún nos quedaban dudas de la relación entre lo soñado y la realidad; con el bebé, se desvelo el enigma más raro de mi pesadilla...
¡La mancha de orina!

¡Por fin! Después de más de ocho meses en el olvido, se abrían a la luz, uno a uno, todos los enigmas. Fue con estas bases, por lo que concluí que las pesadillas fueron una clara premonición de la feliz venida de mi hija.
Una señal, tal vez reglada y regida por no sé qué amo del destino, ni con qué fines. Esta idea me inquietó. Temí que en un sitio oculto, alguien hacía pruebas con los seres de nuestra raza. Y pensé en un raro y cósmico lugar, blanco y yermo; en el que un sin par y cruel sabio, se divertía jugando con nuestros genes. Un ser que regla con su capricho, a nuestro sino y a nuestras pobres mentes.

Pero aún hay un dato que me inquieta y que no sé encajar en este gran rompecabezas: al parecer, Gandhi suplía en el sueño a mi hija Elena; mas no me satisface la idea de reducir a un simple símbolo la figura de ese gran hombre. Pues, para servir tan sólo como señal; bastaba con algún extraño, ya que, como pista, sería más que apto.
Con una sombra sin rostro; cuyo porte me sugiriera la presencia de un ser junto a mi mujer, habría sido suficiente. Pero ya que no fue así, habría un motivo. Aun así... ¿qué relación hay entre el alma de Gandhi y mi hija? ¿Será, tal vez, la unión de ambos en este plano de la existencia?...
Quizá me falle la razón, como pasa en los sueños, o... ¿Tal vez esté ahora soñando?
Sé que es tan creíble, el que esté escribiendo este relato; como el que me despierte de pronto y los papeles se borren en la nada, como si no los hubiese nunca escrito. Pero... ¡No! Mis sentidos son tan firmes y claros, que doy fe de estar despierto.
Aun así,... ¿dónde está la inaprensible y transparente raya, que señale la separación entre la realidad y los sueños? ¿Qué lado de ese confín encierra la experiencia vivida y cuál la vivencia soñada?...
Quizá no exista esa frontera. Tal vez la razón y el delirio sean parte de la misma sustancia; y que se entremezclen y unifiquen, como se unen el cuerpo y el Alma.
Estoy divagando, lo sé; mas siento la desazón que se me produce, a causa de mi ignorancia, la falta de respuesta a tanto enigma.
Las horas pasan y cansado me siento muy frágil; quiero dejar de pensar en estos misterios, que comienzan a obsesionarme, y reposar. Pero una y otra vez, ajena a mi voluntad; la misma pregunta no deja de martillar mi mente confusa y ya cansada: ¿qué significado podría tener, la “superposición” del espíritu de Gandhi y el cuerpo de mi hija Elena?...


 
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De: TULIPAN1 Enviado: 18/08/2010 17:43

Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: moni 735 Enviado: 18/08/2010 23:29

 

Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: Jeroa Enviado: 19/08/2010 08:57


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