Pastor que con tus silbos amorosos me despertaste del profundo sueño; tú, que hiciste cayado dese leño en que tiendes los brazos poderosos,
vuelve los ojos a mi fe piadosos, pues te confieso por mi amor y dueño, y la palabra de seguirte empeño tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor que por amores mueres, no te espante el rigor de mis pecados, pues tan amigo de rendidos eres;
espera, pues, y escucha mis cuidados. Pero, ¿cómo te digo que me esperes, si estás para esperar los pies clavados?
Féliz Lope de Vega
23.08.10
|