“Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia”- Fil. 1:21.
Leí este relato imaginario de un autor desconocido y lo quiero
compartir con ustedes: “Dos niños gemelos fueron concebidos en el mismo
vientre. Pasadas algunas semanas, los bebecitos comenzaron a
desarrollarse y a darse cuenta de su vida. El gozo de estar vivos, de
haber sido concebidos les exaltaba sobremanera. En ese tiempo su mundo
era divertido, cómodo y la vida muy fácil y fascinante. Constantemente
eran alimentados por su madre a través de un cordón pegado a sus
cuerpecitos. “¿No es maravillosa y generosa nuestra madre, que comparte
todo sus ser con nosotros?- comentaban los gemelos. Los días pasaron y
se convirtieron en meses y los cambios en sus cuerpos no eran tan
rápidos, pero si más visibles. Mientras crecían su “mundo” se convertía
en un lugar más incómodo. No era fácil acomodarse en aquel lugar tan
pequeño con aquel otro hermano. Entonces, comenzó a crecer en los
gemelos una extraña convicción de que su “vida en aquel mundo” estaba
por terminar. Pasaban las noches en vela preguntándose: ¿Se estará
terminando nuestra vida en este mundo? ¿Cómo será el mundo al que
vamos? ¿Quién nos alimentará? ¿Quién nos dará calor? ¿Por qué nuestra
madre no nos deja aquí donde estamos tan bien alimentados y seguros?
¿Qué tal si al llegar al otro mundo descubrimos que nuestra madre nunca
existió? ¿Qué tal si al salir de aquí, no hay más allá?” El más
asustadizo de los gemelos comenzó a llorar diciendo: “…pero no quiero
irme de aquí”. El otro, con aires de sabiduría le replicó: “Pero
hermano, esa es la ley del vientre pronto tendremos que partir”. La
vida en el vientre se convirtió en un asunto muy incómodo y difícil. No
era fácil compartir aquel lugar con su obeso hermanito. Desesperado el
más ágil de ellos comenzó a empujar: “¡Quiero salir de aquí!, ¡Este
lugar es insoportable! ¡No me importa lo que encuentre allá, yo quiero
arriesgarme y salir!” Después de largas horas de lucha, los gemelitos
vieron una brillante luz al final del túnel. En un abrir y cerrar de
ojos estaban en los brazos de un hombre que los miraba con una sonrisa,
mientras todos a su lado aplaudían y decían: “¡Son hermosos! ¡Que
maravilla!”. Pronto descubrieron que mamá si existía y que todavía
seguían compartiendo todo su ser con ellos. “Que tonto fuimos”- se
decían- “dudamos tanto, pero esta sí es mejor vida”. Muy felices se
quedaron dormidos los gemelitos abrazados en el pecho de su madre”.
Esta historia me hace recordar los miedos a que algunos ancianos tienen
al enfrentarse a la realidad de la muerte segura. A pesar de haber
servido a Dios por mucho tiempo; a pesar de haber leído en la Palabra
que allí estarán con el Señor eternamente, que no habrá llanto, ni
dolor, ellos sienten miedo aterrador y ni siquiera quieren conciliar el
sueño para no morir en él. No saben, no han entendido que igual que la
vida en el vientre es temporera, nuestra vida aquí en el mundo también
lo es. Pero que al final del “túnel” allí está el Señor con los brazos
abiertos para sostenernos y estar con nosotros por la eternidad. Y tú
¿lo entiendes? Oremos por los ancianos que se enfrentan a la muerte con
temor.