Poema cuatro
La luna que tan dulcemente se dora en el campo es mi madre cuando tocaba el violín entre las lagunas y el pasto dormido, en un campo tan dilatado, rodeada de montes de naranjos y el terco, invencible olor de los azahares. Levantaba la lámpara en la noche cuando llegaban los ladrones, y el diablo que afilaba sus pezuñas en el techo ya no podía pasar por las rendijas de las oraciones, entre los hierros del rosario. La veía de pie, con un vestido blanco como el desierto, playa tierna del alma, envuelta en una música del origen del mundo, con venados rojos, duendes, tesoros, viajes inmensos para los niños del asombro. Y la ondulante melodía se grababa con grandes corazones en la corteza de los eucaliptus. Tocaba el violín, daba órdenes al loro, a las ánimas, a las lagunas, a las oscuras criollas de cocina de espesas trenzas donde dormía el relámpago.
Enrique Molina
12.11.10
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