Sólo una etapa
Piedras llevadas por el viento, con la misteriosa canción de los muertos retumban contra mi corazón, y la antigua pasión del furor de partir sopla de nuevo, murmura besos, calendarios de lo desposeído, sangre de la lejanía, sangre de la lejanía.
Esa dicha fue a la vez unánime y transitoria, tantos países de antaño, devoradores, se fríen lejos y rechinan, irrumpen con una belleza implacable, con bocas húmedas del rocío de los sueños, y de pronto un rostro de huérfana brilla de nuevo al sol. Acabas de grabar un bisonte en la caverna, acabas de resucitar una llamarada de la distancia, algunas historias para instalarte en un infierno propio donde ya la gente no canta ni penetra a sus casas,
para llegar sólo al establo roto, al suelo desfondado, con placeres como novias arrojadas por la escalera. Todo aquello al fin será la luz, el grito de la lluvia, la pisada de un cuerpo fantasma en las orillas fulgurantes del mundo.
Ciertas criaturas de frontera, ciertos éxtasis, alguna vez amamos en el altiplano, montaña, buitres, el andar femenino de las llamas, tales delirios desde las grandes fiestas al olvido en medio de viajes y caminos que se cruzan, risotadas de esas gentes con rostros de plumas o de cuero, en el frío, entre los ácidos cactus erizados por el zapateo y la embriaguez de los indios, dichosos de una grandeza tan humilde.
En una posada, junto a la mesa, con una olla de hierro, surgió una mujer desde el fondo de un pozo de fuego, con ojos de una ternura viciosa, taciturna mujer de servicio con triple falda y la pesada trenza negra donde nacía la tormenta, para que el camino se hundiera y la roja franja de sus labios brillara a la intemperie, hasta que la inmensa música de su latido llegara hasta mi pecho como una galaxia sexual en lo más profundo del cielo, como si nada pudiera ir más allá de su sangre y de su ensoñación. De todo eso un gran pájaro vuela, sus alas atruenan en la diversidad del mundo
Enrique Molina
17.11.10
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