Descansa tu guerra en el mismo sofá donde deshaojaste las rosas en un rito de pieles, que danzaban despavoridas mientras más hondo se anclaba el deseo.
Arquitectos fuimos esa noche sin fronteras, diseñamos placeres, monosílabos al final de un impulso involuntario.
Vaciaste la copa sobre mi vientre, y tus labios bebieron el rastro que descendía como un arroyuelo evaporándose poco a poco en las parcelas ardientes que se expanden a centímetros de mi ombligo.
Era vivir, morir, existir sin neuronas ni brazos, sin huesos y sin ojos.
Flotamos por la habitación como corchos bendecidos en la desesperación de llegar sobre la ola más grande a la orilla ansiada de los orgasmos indefinidos.
Y allí devolver el alma a su sitio, dejar de ser ciegos, vernos un instante, recuperar los brazos y los huesos que habíamos perdido.
Descansa tu guerra, pesando dulcemente a los almohadones que elevaron mis caderas para que tu justificaras mi grito,
Yo velaré el robo fugaz de mi primera sangre, contaré los pétalos rojos mientras sueño feliz mil quejidos.
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