Dormir poco, o mal, puede tener multitud de raíces. Una apnea, una narcolepsia, un trastorno de la conducta durante el sueño. El insomnio aparece quizá como consecuencia de una enfermedad o de un tratamiento médico, o como síntoma de una depresión. Aunque, con frecuencia, esta desesperante vigilia forzosa es psicofisiológica, fruto de causas ambientales o malos hábitos, aseguran especialistas del Hospital Clínic de Barcelona.
"Recibimos más estímulos que dificultan el reposo", conceden. Internos y externos. El estrés, la hipoteca, el sueldo que no llega a fin de mes. El camión de la basura, la ambulancia, los ronquidos de la pareja, la televisión en el dormitorio, el fogonazo de luz del baño justo antes de ir a la cama, desde la que respondemos emails y enviamos SMS.
"Lo que está demostrado es que dormimos menos", tercia Juan Santamaría, neurólogo de la misma unidad del Clínic, remitiéndose a las estadísticas: en 1985, un 20% de españoles afirmaba que su descanso nocturno era de menos de seis horas; en 2002, ese porcentaje había subido al 30%. Una hora menos, de media, hoy que hace 50 años, según un reciente estudio mundial de Philips con 14.000 encuestados de 10 países.
El informe recoge que un 35% de las personas consideraba que no dormía lo suficiente, ellas más que ellos; el 5% recurría a pastillas de vez en cuando, y el 2%, cada noche. "Simplemente duermo mal", era una de las razones más esgrimidas. "Lo decían con una especie de resignación, esta es mi vida, es lo que hay", incide Kate Hartley, directora del centro de salud y bienestar de Philips en Eindhoven (Holanda), de donde ha salido esta investigación.
Otros argumentos iban por "tengo mucho que hacer" o, sobre todo, "me voy tarde a la cama y me tengo que levantar temprano...". En otras palabras, no presentaban insomnio, pero igualmente tenían déficit porque luchaban contra la somnolencia y rascaban tiempo de su reposo para emplearlo en otras cosas.
Por una causa o por otra, buena parte de la población "no pasa el tiempo suficiente en la cama", según lamenta David White, jefe médico del centro de salud y bienestar de Philips. Lo que a la larga termina afectando. A la vida familiar y a la salud física y mental, según reconocían sobre todo las mujeres entrevistadas en la investigación de la marca holandesa.
Varones jóvenes sanos que descansaban menos horas de las convenientes tendían más a la obesidad al presentar niveles bajos de leptina -que es una hormona ligada a la inhibición de la sensación de hambre- y elevados de ghrelina, que provoca un aumento del apetito, según un estudio publicado en 2004 en Annals of Internal Medicine y citado por el doctor White. "El nivel de sensación de saciedad se recoloca en un punto diferente", describen Montserrat y Santamaría desde Barcelona. Quizá como mecanismo de protección, ya que despierto el organismo necesita más energía. "Estos experimentos se han realizado durante una o dos semanas, y hay quien los rebate argumentando que a la larga el cuerpo vuelve a ajustarse, al menos en parte. Pero, en cualquier caso, los estudios epidemiológicos apuntan a que dormir poco está relacionado con un aumento de peso", matiza Santamaría. Y con un incremento del riesgo de diabetes, según un artículo del centro de investigación del sueño de la Universidad de Surrey, en el Reino Unido. "Creemos que desregula aspectos hormonales y metabólicos", subrayan los especialistas del Clínic.
"La mayoría de nuestras hormonas se segregan con el sueño, y el sueño va con la luz del sol", señala Picornell, que trae a colación cómo en otoño de 2002 en Suiza, hasta entonces un islote horario en Europa, se acompasó con el resto del continente y adelantó los relojes una hora para aprovechar mejor la claridad invernal; aquel año la producción láctea cayó, en cantidad y calidad, porque los ganaderos ordeñaban antes de que las vacas segregaran la hormona de la leche.
"El ciclo día-noche influye, y de qué manera, en los seres vivos", sentencia. Incluidos los humanos, por mucho que hayamos doblegado el ritmo natural a golpe de bombilla. Un organismo que despierta a las seis de la mañana, cuando según la hora solar son las cuatro, se ve afectado. "Hace siglos, la gente se levantaba al amanecer y se acostaba al anochecer, y no existían patologías del sueño. Los trastornos surgen con la era industrial, la electricidad, los turnos de noche", expone la especialista, que opina que este es un gran problema de fondo del empobrecimiento del descanso.
Una de las principales medidas, según sus conclusiones, sería "cambiar a luces más brillantes en el interior y pasar más tiempo al aire libre durante el día. La luz, el ejercicio físico, una película de terror, un concierto de música clásica, el alcohol, un disgusto... Lo que hacemos, los estímulos que recibimos a lo largo de la jornada, sobre todo en las dos o tres horas previas a ponernos el pijama, se meten con nosotros en la cama. Y al revés, la cantidad y calidad de nuestro descanso va a influir enormemente en cómo encaremos el día siguiente", concluyen.