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La misa de las flores
Boileau se queda en el aula y Voltaire en la ciudad. ¡Musa, al campo! ¡Abre la jaula! ¡Señores versos, entrad!
Alce la oda en el bosque su deslwnbrante oriflama; que la sátira se enrosque y que brinque el epigrama.
Beba el madrigal coqueto en los lirios vino blanco, y pensativo el soneto descanse en rústico banco.
Tenue, frígido remusgo entre los alcores sopla. ¡Cuántas perlas en el musgo hay para tu cuello, copla!
Despierta, perezosilla: despierta, que viene el alba... Para hacerte una sombrilla cortó Robín esta malva.
Deja tu alcoba: el jazmín no en blanco reposo olvides, que te aguarda tu escarpín, tu pequeño no me olvides.
La persiana de cristal que anoche tejió la escarcha en tu cámara nupcial rompe de un soplo, ¡y en marcha!
Ya no triste soliloquia el nocturno ruiseñor, y el gorrión madrugador llama a misa en la parroquia.
Vamos al templo. Hoy es fiesta. Tulipán dirá el sermón; en la misa, gran orquesta; y en la tarde, procesión.
Palomas y codornices con hojitas de azahares, remiendan sobrepellices y componen los altares.
Un pobre topo, el más mandria y apocado, barre el coro. ¡Hoy va a cantar la calandria, la calandria de voz de oro!
Será el zentzontle, tenor; jilguero, primer violín; y maestro director el arrogante clarín.
La pila de agua bendita que está en el rincón umbrío, es silvestre margarita llena de fresco rocío.
El candelabro mayor es una hermosa araucaria, y aquel altar, siempre en flor, es de santa pasionaria.
Mil cazoletas de almendro perfuman el tabernáculo; ya viene con mitra y báculo monseñor el rododendro.
Van los breves aretillos repicando cascabeles, y detrás, rojos claveles vestidos de monaguillos.
Doble sarta de corales parecen: mira al monago que marcha entre dos ciriales y alza la cruz de Santiago.
Otro, guapo y petimetre, va con acetre e hisopo, y el hisopo de su acetre es un pompón de heliotropo.
Del coro, bajo en las rejas, absortas en sus plegarias, se agrupan las trinitarias, que tienen caras de viejas.
¿No miras los blancos cirios de plateadas escamas? Son encarrujados lirios, y de mirto son las llamas.
A la camelia patricia ya la azalea pizpireta ve azucena la novicia con sus ojos de violeta.
En bello sitial la dalia como priora se esponja, mientras la tórtola monja entra de sayo y sandalia.
Abajo, frescas sirídeas cubren la arena del piso; y forman árido friso en los muros, las orquídeas.
¿No oíste parar un coche? Es del alcalde. ¡Qué gruesa va la señora alcaldesa con su dondiego de noche!
En cambio, ¡qué jubilosas, qué frescas y qué elegantes están las jóvenes rosas! ¡Qué indevotos sus amantes!
Aquél que de negro viste, el de las grandes ojeras, es un pensamiento triste. .. ¡Sufre mucho! ¡Si supieras...!
Mas ¡silencio! ¡De rodillas! Ya el monago, de roquete, girar hace el rehilete de azulinas campanillas.
Parece el altar brillante ascua de plata inflamada: ¡ya levanta el oficiante la gardenia inmaculada!
Luego, una ráfaga fría súbita baja del coro y apaga la luz que ardía en el gran trébol de oro.
Los rojos mirtos prendidos en los cirios, azulean, se retuercen, parpadean y quédanse, al fin, dormidos.
Sus pábilos en hilera simulan negro rosario; por la torcida escalera baja el cuervo al santuario.
Frente al sagrario se hinca, el agudo pico tiende; y, lámpara azul, se enciende, tremulante, la pervinca.
Salgamos: la muda selva derrama dulce beleño y esparce la madreselva su apacible olor de sueño.
Cierran las flores sus broches; calla la breve campana: flores nuevas, buenas noches; Musa azul, hasta mañana.
Manuel Guiterrez Nájera
26.07.11
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