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General: La soledad
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Jeroa  (Mensaje original) Enviado: 15/11/2011 07:57


Internet puede compararse con una plaza pública, un espacio comunicativo en el que hay lugar para el encuentro y el intercambio.

Plaza sin territorio físico, la red es un espacio simbólico cuyos usos se van conformando a través del tiempo en una continua pulsión entre las prácticas de los usuarios, el desarrollo tecnológico, las imposiciones e intereses comerciales y las disposiciones legales presentes o futuras.

Hoy, millones de hombres y mujeres de todas las edades utilizan las posibilidades que le ofrecen las redes telemáticas para comunicarse con personas a las que muchas veces no conocen físicamente.
Muchos de ellos lo hacen para pasar el rato, otros buscan amigos con los que compartir buenos momentos y hay quienes están a la búsqueda de un amor con quien crecer. Para ello utilizarán las diferentes herramientas que Internet les ofrece.

En lugar de fingir indiferencia o entusiasmarnos ciegamente con la aparición de estas nuevas formas de relacionarse debemos preguntarnos qué características tienen, qué representan socialmente, a qué necesidades, a qué carencias responden y qué fantasías satisfacen.

La ciudad es hoy vivida como territorio hostil, los espacios públicos de encuentro se reducen mientras cada vez son menores las situaciones en las que podemos acercarnos a personas a las que no conocemos sin ser vistos con malos ojos, cuando no es con miedo. Incluso mirar a alguien en la calle puede dar lugar a incómodos equívocos.

La soledad es un acompañante habitual de muchas personas que recorren la ciudad sin cruzarse nunca con miradas ni voces amigas. Muchos vivimos atrapados por nuestros miedos e inseguridades que hacen que sintamos que la presencia del otro cuestiona permanentemente nuestro ser. Y no nos gusta...
Aislados enloquecemos, incluso podemos morir. Es en el encuentro (o el desencuentro) con el otro en donde se justifica, se explica nuestra existencia.

Romper con el cerco del aislamiento es lo que nos permite mantenernos vivos, a nosotros como individuos y a los seres humanos como especie. En este contexto, Internet aparece como un medio para combatir la pesadumbre que nos provoca la sensación de soledad con la que convivimos, pues no olvidemos que la red es antes que nada un formidable canal de comunicación. Así parecen entenderlo quienes hacen uso de ella para establecer y mantener relaciones afectivas. Práctica cada vez más extendida.

Los encuentros y desencuentros amorosos surgidos a través de cualquiera de las herramientas de Internet empiezan a formar parte de las pequeñas historias ciudadanas que alimentan las leyendas urbanas contemporáneas. En determinados círculos sociales, resulta cada vez más difícil encontrar a alguien que no tenga algún amigo o conocido que no esté o haya estado metido en una relación afectiva-sexual nacida o desarrollada en la Red.

Las historias de romances y desengaños envuelven Internet. Rodeadas por un halo de misterio y aventura muchas producen en sus protagonistas la fascinación de los cuentos de hadas. Impulsados por el callado deseo de hallar el amor de la vida (o una ardiente pareja sexual), miles, millones de hombres y mujeres de distinta edad y condición social participan en chats y en los innumerables sitios de contactos que se ofrecen en la Web. Otros muchos recurren al email para alimentar o mantener vivas relaciones afectivas con personas de las que se encuentran separadas físicamente.

Aproximadamente la mitad de este tiempo se dedica a actividades relacionadas con la búsqueda de pareja sentimental o de sexo virtual.

Hay quienes utilizan Internet como un instrumento para conocer gente personalmente. Para ellos la Red es un espacio para hacer el primer contacto, persiguen encontrar alguien con quien pasar un rato divertido, y eventualmente un amor. Los canales de chat cumplen esta función y de este modo complementan y en algunos casos directamente a los lugares de encuentro tradicionales.

A esto se le añaden los servicios de contactos afectivos que ofrecen muchos portales en el que miles de personas se anuncian buscando pareja y amigos.

Cualquiera que sea la naturaleza de las relaciones vividas a través de la Red, todas comparten una característica: la interposición inevitable de una pantalla. La pantalla, falsa ventana, actúa como filtro entre nosotros y la realidad, como un biombo que, en demasiadas ocasiones, nos impide percibir lo que nos rodea.
Acostumbrados a ver el mundo a través de una pantalla, cada vez nos cuesta más ver a nuestro lado, mirar a nuestros semejantes. Las pantallas nos asedian y nos atrapan, y hay a quienes les sirven de refugio ante una vida que les resulta poco atractiva y, a veces también, amenazante.

Pasamos horas acompañados por la presencia luminosa de una pantalla, las pantallas nos seducen ocupando un espacio creciente de nuestro tiempo, de nuestras vidas. Importa poco el lugar, lo determinante, lo significativo es la atracción casi hipnótica que ejerce sobre nosotros el centelleo de una pantalla encendida.

La pantalla de la computadora se constituye ante nuestra mirada como un espacio en donde son posibles todos los prodigios. En ella, como si fuera el espejo de la bruja de Blancanieves, buscamos respuestas sobre aquello que somos y deseamos o tememos ser, sin darnos cuenta que lo que nos devuelve es una imagen deformante que, apartándonos de la mirada del otro, sólo nos dice lo que creemos ser.
Fascinados por la sucesión de luces y colores que surgen de su brillo, acostumbramos olvidar su incuestionable opacidad material.

La pantalla acerca pero también separa. En Internet, poderoso medio de comunicación, esta paradoja implica el peligro de crear una ilusión de comunicación total que lleve al aislamiento en la compulsiva, conmovedora, búsqueda de algunos usuarios por estar siempre conectados, es decir comunicados.
Ingenuidad en algunos o perversa forma de autoprotección, a veces ignorada por ellos mismos, la que lleva a buscar soluciones en el reflejo de espejos preparados para devolver imágenes falseadas de uno mismo que para poco o nada sirven cuando el alma se duele. Eso sí, cual un estimulante, producen una placentera efervescencia de efecto narcotizante que sirve para ocultarse momentáneamente en una ficción cuyas consecuencias pueden llegar a ser devastadoras.

En tanto nos comunicamos cada vez más con interlocutores mecanizados, podemos terminar de alejarnos de quienes tenemos cerca, condenándonos a la soledad.

La Red marca las pulsaciones de la sociedad en la que se desarrolla. Formamos parte de una civilización constructora de máscaras en la que el ser se suele confundir con el parecer ser. Al fin y al cabo, la suplantación o el fingimiento de la personalidad es una posibilidad abierta a todo acto comunicativo. Convengamos que no existe sistema de comunicación, desde la palabra hablada hasta la más sofisticada herramienta de representación digital que no lleve en su propia naturaleza la posibilidad de la mentira.
Internet puede ser vista como un multifacético y amplio lugar de encuentro. Un espacio para conocer gente, para charlar con desconocidos, para jugar, para escapar de la rutina del trabajo y del estudio, y también, y porque no, para seducir y enamorarse. En la Red siempre habrá alguien con quien compartir un rato. No importa el momento, no importa el lugar.

Tampoco es relevante tener cuerpo de modelo ni de atleta, ni vestir a la moda, ni tener ojos hermosos o una deslumbrante sonrisa de estrella de cine. No importa ser gordo o flaco, joven o viejo, bello o feo; derribada la barrera de las apariencias físicas, en la Red somos, principalmente, lo que dicen las palabras que escribimos, invitándonos a hacer de nosotros personajes de ficción para participar en una suerte de simulacro de relación interpersonal con interlocutores que ineludiblemente se presentan asimismo como una ficción.

Cada uno se muestra como es, o como desea ser, sin ningún condicionante corporal. En la Red llevar puesta una máscara es totalmente irrelevante pues el sólo hecho de que exista la posibilidad de que los disfraces pasen desapercibidos hace que se disuelva la distancia entre lo verdadero y lo falso. De hecho, el anonimato permite que a veces el mejor disfraz sea nuestra verdadera personalidad. En un chat, por ejemplo, nunca podemos saber si quien está detrás de la pantalla es quien dice ser, sólo sabemos lo que nos muestra ser, que no es necesariamente lo mismo.

En las relaciones puras de Internet el nacimiento del amor prescinde de la existencia del cuerpo. Dos personas se conocen a través de alguna de las aplicaciones de la Red y empiezan a intercambiar mensajes. La belleza o rudeza de su escritura es lo único que el uno conoce del otro. Sus palabras, separadas de cuerpos e historias personales, sirven como constancia de la presencia (presumible) de alguien tecleando del otro lado de la pantalla. Muchas veces no tardan en sentir una sensación de cercanía, de proximidad; un cosquilleo, una emoción que identifican con el amor.

Enamorarse de las palabras de un interlocutor sin rostro, construir con ellas una imagen imprecisa a la que evocar en los momentos de ensueño. Idealizar esa imagen, incorporarla a nuestra realidad hasta que adquiere una presencia casi física, capaz de sustituir el verdadero aspecto, la verdadera personalidad del ser amado.

Voces sin sonido, conversaciones sin sonrisas ni gestos que aligeran momentáneamente la angustia provocada por el aislamiento, el dolor por la ausencia de un amor anhelado aún por conocer. Los “ciber-enamorados” se envían fotos y a través del videochat pueden también escuchar sus voces y vislumbrar sus gestos, sus miradas y sus sonrisas, tan importantes para el amor. Y aunque nada reemplaza las sensaciones que produce el contacto físico, en ocasiones sienten que en aquel que se halla detrás de la pantalla se encuentra el amor de su vida.

Dominados por la ilusión de transparencia, las parejas virtuales (nunca más apropiado el uso del calificativo “virtual”) pueden sentir la cercanía del deseo, como si las palabras escritas alcanzaran para transmitir aquello que sólo el contacto de pieles y miradas puede expresar en toda su plenitud. La presencia ausente del ser amado no deja en ningún momento de inquietar.

La relación crece contenida en los márgenes que establecen la distancia, en la idealización moldeada con la ternura y el amor germinados en palabras bien tersadas y el deseo renovado del encuentro postergado.
A medida que la relación se intensifica va aumentando la necesidad de la presencia física de la persona amada, hasta que llega un momento en que el encuentro se hace imprescindible.

Entonces no hay distancia, no hay obstáculo que pueda impedirlo. Momento deseado pero también temido, pues en muchos casos resulta más fácil escribir de amor que mirar con amor, más sencillo imaginar que hacer, prometer que compartir, leer que besar, teclear que acariciar.

La voluntad de amar empuja, a numerosos usuarios de la red, a atribuir cualidades imaginadas a aquel, aquella que viene a nosotros desde la pantalla, depositando en él o ella expectativas desmedidas que pocas veces corresponden a la persona de carne y hueso que llegado el momento tan esperado, un día conocerá físicamente.

La figura idealizada, casi fetichizada en la distancia, se desvanece, casi indefectiblemente, al materializarse en un cuerpo. La mirada, la sonrisa, los gestos y los olores revelan con irrefutable contundencia que allí donde había envolventes palabras de seducción y desafío existe una persona con sus atractivos y debilidades, sus necesidades y sus limitaciones.

Cuando el velo protector de la pantalla desaparece de nada sirven ya las palabras que con tanto cuidado fueron construyendo la relación. Todo comienza a cambiar. Los tiempos son otros, los sonidos son otros, las intensidades son otras. Cuando los cuerpos empiezan a saberse cerca nada puede ser igual. Las máscaras se recolocan, cambian de densidad y de forma, a veces caen y dejan ver rostros asustados o desafiantes, dejan ver alegrías y ternuras y no esconden los enojos a quien sepa verlos, muestran amor y a veces rechazo que en ocasiones quiere hacerse pasar por indiferencia.

En el momento de enfrentarse a la presencia apabullante de los cuerpos, el aspecto físico reaparece en todo su dramatismo, condicionando muy seguido la viabilidad de las relaciones que crecieron en el ámbito seguro, protegido, controlado de la computadora. La imagen proyectada, idealizante e idealizada, rara vez responde a las expectativas del otro, que desilusionado, frustrado por la brecha entre lo esperado y lo hallado, se resiste a aceptar que se trata de la misma persona. Si la brecha entre el ser imaginado y el real es muy profunda el alejamiento será inexorable, definitivo. Pero no siempre es así. De tanto en tanto, la primera mirada revela complicidades propias de una intimidad larga, venida de muy lejos. Entonces, el amor es posible. Es su misterio.

Alimentada por un imaginario propio, en Internet nuestra intimidad da forma a un espectáculo privado del que no siempre es fácil desvincularse. En el caso de quienes mantienen una relación afectiva a través de Internet con personas a las que conocen físicamente, la transparencia atribuida a la pantalla puede separar, casi imperceptiblemente, al individuo real de los mensajes que escribe dando lugar a la aparición de un imprevisto alter ego virtual, que no siempre corresponde plenamente a la persona que está detrás del teclado. Así no es raro que los protagonistas de este tipo de relaciones queden envueltos en estos personajes construidos con sus deseos y sus palabras. Como si no pudieran desplazar al otro yo virtual, necesitan al ser “imaginario” que ellos construyeron, impidiéndose la posibilidad de vivir con plenitud su amor.

Las máscaras no están en la Red, las creamos y las llevamos nosotros. Nos las ponemos voluntaria o inconscientemente. ¿Miedo a ser rechazados? ¿Búsqueda de nuestro verdadero rostro? Necesitamos acercarnos a los demás para acercarnos a nosotros mismos, para ser nosotros mismos.
Internet nos permite contactar con personas de todo el mundo, de toda condición, ofreciéndonos una engañosa sensación de cercanía. Para muchos, siempre ha resultado más fácil hablar desde detrás del biombo.

Cualquiera que sea la tecnología a la que se recurra, existen diferencias notables entre una comunicación cara a cara y la que se mantiene a través de la mediación de una máquina. El ser humano trasmite y recibe información sensorial a través de sus gestos, sus miradas, su olfato, del tacto, todo el cuerpo convertido en un gran órgano de comunicación. Las máquinas de comunicar apenas pueden proporcionamos un precario, insatisfactorio sustituto de comunicación interpersonal. Sin embargo, y a pesar de sus limitaciones, los medios técnicos consiguen acercar a personas que de otro modo nunca hubieran llegado a conocerse. En este sentido, Internet ofrece un espacio abierto a múltiples experiencias de interacción social que están dando lugar, entre otras transformaciones, a la aparición de nuevos modos de establecer y mantener relaciones afectivas, cuyos primeros rasgos recién comienzan a tomar forma.

La pantalla y el teclado de la computadora seguramente no son el mejor camino para buscar el amor o la amistad, pero quizás ofrezcan el sendero menos escarpado e incluso el único posible para miles, millones de personas en este mundo de soledades en compañía. Y sí el círculo virtuoso del amor no termina de cerrarse, siempre queda el recurso del Espejo de la Bruja de Blancanieves. “Espejo, espejito ¿Quién es la mujer más bella y hermosa del Reino?” El único gran riesgo es que, como en el cuento, algún día el espejo nos responda la verdad y después, cuando apaguemos la pantalla, solos ante nuestra mirada, sintamos la ausencia, todas las ausencias.

"Utilizar Internet debe ser siempre un medio para liberar la propia fantasía, un medio para enriquecer nuestra personalidad y para poder luego volver al mundo real con una mayor capacidad de comprensión y, en definitiva, para vivir mejor nuestra vida real."


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: AnabellaPatricia Enviado: 15/11/2011 19:18

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De: Chio 19 Enviado: 15/11/2011 23:05
 
 

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De: Alborea del Genil Enviado: 16/11/2011 08:57

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