EL ÁNGEL
DE LA GUARDA
Cuando era chica le rezaba todas las
noches:
"Ángel
de le Guarda
dulce
compañía,
no me
desampares
de noche
ni de día".
Y
estaba segura de que él me escuchaba, de que me acompañaba a la escuela, al cine
de matinée los días feriados, a la vereda... para jugara la rayuela. ¿Qué pasó
después?
¿En qué
esquina lo dejé de plantón, esperándome? ¿Qué día y a qué hora dejé de
nombrarlo, de llamarlo para pedirle ayuda, protección y
consejo?
¿Por qué
no me dio un sacudón para avisarme que igual seguía a mi
lado?
¿O
seguía a mi lado... o se había quedado alejado, distraído, o enojado o
indiferente o entretenido en otras cosas? Cuando los ángeles desaparecen... ¿lo
hacen porque nos estamos portando mal, porque ya no nos quieren, porque se han
cansado?
Un buen
día también dejé de hacerme preguntas.
Fue el
día en que inauguré la desesperanza. Si uno pregunta es una señal de vida, de
interés. Pero cuando ya no pregunta, cuando no buscamos respuestas, cuando todo
nos da lo mismo, cuando " nos resignamos"... algo grave sucede: no estamos
amando.
A lo
largo e la vida pasan cosas: algunas bellas, algunas dolorosas. Y tenemos tanta
tendencia al bajón y a la queja que ponemos a un lado las alegrías para
regodearnos en el dolor: es que nos miran con más detenimiento, con mayor
interés, cuando las ojeras de la tragedia pintan de violeta nuestras ojeras, que
cuando las lucecitas de la dicha levantan las comisuras de la boca con una
sonrisa... Mirando hacia abajo, piso las baldosas impares de la vereda por la
que voy caminando, alejándome de ese abrazo fraterno que es "la casa en que
habito".
Ese
refugio, como brazos cruzados frente a mi cabeza, preservándome de los golpes y
los chaparrones.
Esa casi
prisión a la que me aferro como al mástil de un barco en medio de la
tormenta.
Sólo
baldosas impares para que mañana reaparezca el Sol. Sólo baldosas impares para
que mañana me llegue una carta que estoy esperando.
Es la
primera salida después de días de reclusión y duelo. Voy a misa, a rezar a los
santos cara a cara, que me saquen la pena, que me hagan olvidar, que me borren
lo que me dieron por error mientras yo les rogaba que me dieran un poco de calor
y compañía... Yo no les suplicaba para que me dieran dolor, ¿qué me entendieron,
cómo se confundieron tanto?
Y debe
ser tan grande mi tristeza, debe ser tan enorme mi herida... que los santos han
vuelto a ponerlo a mi lado: lo sé, porque oigo sus pisaditas de miga de pan; lo
sé porque hay olor a vainilla, lo sé porque ha empezado a parar mi taquicardia,
porque, sin proponérmelo, estoy tarareando una canción de Ricardo Montaner... y
mis ojos registran los colores fastuosos de las flores del
florista...
Ángel,
angelito, no vuelvas a alejarte de mí.
Poly
Bird