Si desea aliviarse del estrés, aprenda a vivir más despacio; eso es lo que afirman los que han decidido unirse a la cada vez más nutrida cantidad de simpatizantes del movimiento mundial “slow”.

La velocidad de la civilización actual es tal que mantener la atención focalizada se hace cada vez más difícil.

En Wagrain, población turística de los Alpes Suizos, la gente puede encontrar el lugar pacífico que anhela y la paz que ha perdido en ciudades como Salzburgo y Viena.

En cualquier temporada, el aire de los Alpes promete un buen descanso y permite deshacerse del estrés acumulado, viviendo una vida apresurada.

Una vez al año, en esa pequeña población se realiza el encuentro de los que comparten la filosofía del movimiento “slow”, para asistir a la conferencia anual de la Sociedad por la Desaceleración del tiempo.

Esta sociedad tiene su sede en Klagenfurt, Austria, y cuenta con más de mil miembros, que pertenecen a toda Europa central y que se unen para demostrar su oposición al culto actual de la rapidez.

Enseñan nuevos comportamientos que son difíciles de erradicar; por ejemplo, que un médico se tome más para conversar con su paciente; que un ejecutivo se niegue a atender llamadas durante el fin de semana o fuera de su horario de trabajo, o que un gerente se atreva a ir tranquilamente en bicicleta a cualquier parte, en lugar de utilizar su auto.

No se trata de ser lento para todo sino de aprender a moverse en el tiempo justo, según la circunstancia, la persona, la actividad, el proceso que esté atravesando, o el objeto con que se esté operando.

El problema es cuestionarse la relación del hombre con el tiempo y comenzar a premiar a los que utilizan el tiempo justo que necesitan y no a los que terminan primero.

Los desaceleradores de tiempo calculan con cronómetros el tiempo que los ciudadanos comunes dedican a sus trámites cotidianos; y cuando detectan a alguien demasiado apurado, lo abordan y le preguntan por qué tienen tanta prisa.

La mayoría de la gente no sabe por qué se apura, pero cuando se enteran de esta idea se muestra interesada y desea ser parte del experimento.

Los organizadores imponen un castigo al que se apura, que consiste en arrastrar una tortuga de material a lo largo de la calle.

La conferencia de Wagrain, coherente con lo que pretende transmitir, se caracteriza por su informalidad. No exige vestimenta formal, se puede llegar a cualquier hora, porque comienza en el momento adecuado y no a una hora determinada, generalmente con retraso; y no le da importancia al hecho de tener que saltear una parte del programa si no le alcanza el tiempo.

No se trata de personas irresponsables sino de ciudadanos preocupados por la asceleración en la manera de vivir, que enferma.

Hoy en día, hasta las vacaciones producen estrés, con el afán de querer ver todo en poco tiempo y no perderse nada, haciendo que al volver, todos estén más cansados que antes.

El Hotel Slow, ubicado en un parque nacional austriaco, tiene capacidad para trescientas personas y está pensado para funcionar en forma diferente. Prescindirá de toda tecnología moderna, como automóviles, teléfonos, computadoras o agendas electrónicas; y en cambio se podrá disfrutar de placeres más lentos, como excursiones, jardinería, lectura, yoga y tratamientos relajantes; y participar de conferencias sobre los efectos de la velocidad, sobre el tiempo y sobre los beneficios de la lentitud.

En el mundo hay un gran mercado con enorme interés en la vida más lenta, de modo que ahora es el momento adecuado para brindarle a la gente lo que necesita.

Desacelerar las actividades puede ser difícil para muchos, pero no tanto cuando se dan cuenta que hay también mucha gente que lo está intentando.

Esta experiencia ya se está desarrollando en Japón donde los slogans con la palabra “slow” están apareciendo en todos los avisos publicitarios; y hasta las personas relacionadas con las industrias más rápidas están apoyando a las organizaciones que promueven la lentitud, porque se dan cuenta que el culto a la velocidad se ha vuelto letal.

Fuente: “Elogio de la lentitud”, Carl Honoré.


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