Atrás queda el sabor de la isla, atrás el silencio de la arena o el éxtasis de los hombres sin fe. El regreso se ha colmado de azul y en aeropuertos sin maquillar los destinos cabecean como ancianos nocturnos.¿Qué color y qué sueño, adónde la caligrafía del portal, la zarza, la bienvenida roja de los incendios o esa humedad apenas ninfa, sol herido? La ciudad miente, sí, la ciudad que ha sido mía como un oasis en los brazos de la duda. Hay símbolos: cines de roídas primaveras, plazas como un corazón blanco, paseos que el mar niega, la soledad de un faro que gobierna el eco de la memoria y el confín- y de pronto la gimnasia de impronunciables caderas o aquél mirar vertebrado en océanos, transparente en su quietud-. Tú no describes las palabras que sé, tú sueñas con el murmullo de los élitros. Se abren las ventanas que nadie conoce y la música surge vacía de soliloquios. En la habitación aún guardo cajas hermafroditas, oscuros juegos de infancia que se pegan al marfil y denuncian la sed intratable de un suspiro. Y dime ¿cuándo la impoluta cruz de las silabas ha dejado de ser hastío? Sin néctar ni hélices el pálpito de un reloj se columpia para ti, tal vez para mi.
Ramón Carballal Durán
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