Lo que más le cuesta a un ser humano es cambiar y aunque su cerebro sea plástico, tiende a aferrarse a una manera de pensar y no puede modificar sus aspectos negativos.
El ser humano elige permanecer igual y al mismo tiempo genera neurotransmisores que contribuyen a perpetuar su modo de ser y de sentir.
La realidad siempre es diferente, puede haber momentos difíciles y otros felices, pero por lo general es gris; y la calidad de vida de una persona dependerá de sus pensamientos.
El cerebro recibe y emite señales químicas que regulan los estados emocionales y las funciones del cuerpo; o sea que el amor, el estado de ánimo, la sexualidad, el sueño y todo el cuerpo físico están regidos por sustancias químicas que son las que permiten la comunicación neuronal.
Cada pensamiento libera un tipo particular de neurotransmisor que se encarga de cumplir su misión y la forma de metabolizar la realidad que tenga una persona dependerá de qué tipo de sustancia química libere.
Los neurotransmisores son los que influyen en las emociones y moldean el estado de ánimo y la forma de sentir.
La serotonina es el regulador de las emociones por excelencia de modo que una alteración en la producción de este neuroquímico puede provocar depresión, colon irritable, malhumor, impulsividad, irritabilidad e insomnio.
La oxitocina está relacionada con el amor, las relaciones estables y los sentimientos profundos; y un déficit de este neuroquímico puede ser la causa de la inestabilidad emocional.
La dopamina produce alegría, deseos de vivir, de enamorarse, pero si falta puede producir adicciones, a la comida, las drogas, el alcohol, el juego o los deportes de riesgo, o sea la necesidad de buscar afuera la alegría que debería venir de adentro.
La genética y la falta de amor incondicional en la infancia pueden desestabilizar estos neuroquímicos y hacer que las personas no puedan metabolizar los momentos difíciles; pero este desequilibrio no es determinante porque el cerebro tiene una gran plasticidad como para que se reviertan estos procesos creando nuevas conexiones y circuitos neuronales, principalmente si se cambia de pensamientos.
Esta afirmación no pertenece al ámbito de las creencias ni a ningún sistema de curación alternativo, ha sido comprobado científicamente con experimentos de laboratorio, que han demostrado que los pensamientos pueden cambiar la química de nuestro cuerpo y también de nuestro sistema inmunológico.
Lamentablemente el cerebro también es plástico para modificar sus conexiones y funcionar en negativo, que es cuando una persona está siempre enferma y crea constantemente nuevos síntomas que lo llevan a la infelicidad y al sufrimiento.
Pero podemos revertir estos patrones de comportamiento, estimulándonos positivamente para modificar la química de nuestro cuerpo.
Las personas más tristes y desconformes son las más inflexibles y rígidas, aquellas que no aceptan los grises y se empeñan en ser perfectas, exigiéndose mucho a sí mismas y a los demás.
Las investigaciones científicas sobre el amor desde el punto de vista de la actividad neuroquímica, afirman que el amor verdadero comienza recién cuando termina el enamoramiento; cuando se puede ver al otro como es y amarlo aún con sus defectos.
El amor verdadero es posible cuando se puede ver la realidad tal cual y aceptarla y cuando se puede cambiar, cuando ésta cambia.