Enojarse es natural y sano siempre que se pueda controlar, porque cuando esta emoción no se puede manejar afecta a quien padece de este trastorno y a los que la rodean.

Cuando el enojo no se puede controlar, esa forma violenta de reaccionar se relaciona con experiencias infantiles traumáticas con personas significativas, quienes pudieron actuar en forma abusiva o violenta, creando en la víctima resentimiento hacia determinados roles sociales, emoción que tiende a reiterarse cada vez que se encuentran en circunstancias parecidas.

Una buena forma de controlar las emociones es retirarse del escenario de los hechos, salir a caminar o a correr, porque cambiar de aire produce tranquilidad y calma y al volver se puede estar más sereno y pensar diferente.

Cuando se reflexiona se produce un cambio de perspectiva y se puede reconsiderar la propia postura desde otro ángulo.

El hecho de distraerse y alejarse de la persona involucrada, hace que se detengan los pensamientos negativos hacia ella y cambie el estado de ánimo.

Lo importante es no dejarse vencer por los sentimientos hostiles si vuelven a ocupar la mente, porque éstos serán los detonantes que provocarán nuevos enojos.

Las emociones negativas o positivas necesitan ser expresadas, porque si no se las descarga pueden adherirse a la experiencia y volver cada vez que un acontecimiento cualquiera la recuerde.

Las personas introvertidas tienen que aprender a expresar más sus emociones, evaluando los riesgos y los beneficios y atreverse a actuar diferente a como lo hacen habitualmente.

Las personas extrovertidas en cambio tienen que esperar antes de expresar un pensamiento y contenerse hasta que puedan dominar su enojo.

Es bueno expresar los sentimientos de felicidad y de agradecimiento; decirles a los demás cómo se sienten y no tanto lo que piensan.

Los enojos pueden desaparecer practicando técnicas de respiración; como por ejemplo, inspirar contando cuatro; luego mantener la respiración también contando hasta cuatro; exhalar en cuatro segundos y antes de volver a inspirar contar hasta cuatro; repitiendo este modo de respirar cuatro veces.

Se puede ensayar y programarse para tener una actitud calma en las situaciones de crisis que habitualmente producen ira; y luego reflexionar si realmente enojarse vale la pena; tratando de no olvidar las consecuencias que tuvieron otros enojos para uno mismo y también para los otros.

El que no puede controlar sus enojos no acepta que hay cosas que no va a poder cambiar, porque tal vez no tienen solución o porque el cambio puede que no dependa solamente de él; pero lo que sí puede hacer es cambiar él.

Si aceptamos lo que no podemos cambiar podremos ver las opciones que tenemos, o sea alejarnos del problema o cambiar de punto de vista.

El enojo que no se descarga adecuadamente se suele transferir a otra persona que no tiene nada que ver, la cual seguramente se enojará y expresará su enojo a otra y ésta a su vez hará lo mismo con otra, provocándose de esta manera una cadena interminable de enojos difícil de parar. Esto es lo que pasa en las grandes ciudades donde todo el mundo recibe agresiones y luego le devuelve la agresión a otro.

Romper esta cadena exige detenerse a pensar y no engancharse en más discusiones aunque parezca injusto; para luego, con tranquilidad y tacto hablar del problema para resolverlo.

Enojarse sin control no cambia nada, al contrario, empeora todo.

Cada vez que algo nos enoja tenemos que decirnos a nosotros mismos “no hagas caso”, eso es lo que propone Osho, porque es el ego el que reacciona para defenderse cuando se siente agredido o molesto, no el verdadero Ser indestructible y eterno que somos que está más allá de todo.