QUEJARSE EN LAS PENAS DE AMOR DEBE SER PERMITIDO Y NO PROFANA EL SECRETO
Arder sin voz de estrépito doliente no puede el tronco duro inanimado; el roble se lamenta, y, abrasado, el pino gime al fuego, que no siente.
¿Y ordenas, Floris, que en tu llama ardiente quede en muda ceniza desatado mi corazón sensible y animado, víctima de tus aras obediente?
Concédame tu fuego lo que al pino y al roble les concede voraz llama: piedad cabe en incendio que es divino.
Del volcán que en mis venas se derrama, diga su ardor el llanto que fulmino; mas no le sepa de mi voz la Fama.
Francisco de Quevedo
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