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El amor viene lento como la tierra negra, como luz de doncella, como el aire del trigo. Se parece a la lluvia lavando viejos árboles, resucitando pájaros. Es blanquísimo y limpio, larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras, un chorro de granizo o fría seda educada.
Es como el sol, el alba: una espiga muy grande.
Yo camino en silencio por donde lloran piedras que quieren ser palomas, o estrellas, o canarios: voy entre campanas. Escucho los sollozos de los cuervos que mueren, de negros perros semejantes a tristes golondrinas.
Yo camino buscando tu sonrisa de fiesta, tu azul melancolía, tu garganta morena y esa voz de cuchillo que domina mis nervios. Ignorante de todo, llevo el rumbo del viento, el olor de la niebla, el murmullo del tiempo.
Enséñame tu forma de gran lirio salvaje: cómo viven tus brazos, cómo alienta tu pecho, cómo en tus finas piernas siguen latiendo rosas y en tus largos cabellos las dolientes violetas.
Yo camino buscando tu sonrisa de nube, tu sonrisa de ala, tu sonrisa de fiebre. Yo voy por el amor, por el heroico vino que revienta los labios. Vengo de la tristeza, de la agria cortesía que enmohece los ojos.
Pero el amor es lento, pero el amor es muerte resignada y sombría: el amor es misterio, es una luna parda, larga noche sin crímenes, río de suicidas fríos y pensativos, fea y perfecta maldad hija de una Poesía que todavía rezuma lágrimas y bostezos, oraciones y agua, bendiciones y penas.
Te busco por la lluvia creadora de violencias, por la lluvia sonora de laureles y sombras, amada tanto tiempo, tanto tiempo deseada, finalmente destruida por un alba de odio.
Efrain Huerta
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