Los avances científicos hacen que la vida se prolongue más allá de los límites que conocemos y que cada día mejore la calidad de vida de la gente mayor.

Si la expectativa de vida promedio de los seres humanos excede los cien años, tendremos que prepararnos para que después de finalizado el período productivo laboral, los años que resten, que pueden ser muchos, sean placenteros y llevaderos.

En primer lugar, la edad de retiro es probable que se extienda, ya que la población pasiva cada vez será mayor y esto exige también que aumente la población activa, que es la que hace posible el financiamiento de las pensiones y jubilaciones.

Vivir más de cien años implica la perspectiva de estar treinta o cuarenta años sin desempeñar tareas laborales que demanden cumplimiento de horarios exigentes durante todo el día; y la posibilidad de comenzar una nueva vida, que hasta podría ser más creativa y satisfactoria.

Todos tenemos siempre veinte años en un rincón del corazón y posiblemente también alguna asignatura pendiente que tal vez no hemos desarrollado ni cumplido. La longevidad nos permitirá la posibilidad de concretar nuevos ideales y de apasionarnos por ellos.

No sólo envejece el cuerpo, también se envejece emocionalmente y psicológicamente cuando se acepta la idea de que ser longevo significa deterioro, enfermedades y decadencia.

Enfermarse no es necesario, pero casi todos nosotros nos programamos para hacerlo, porque nos convencemos de que “de algo hay que morir”.

Después de los setenta años, nuestros abuelos, que pensaban así, eran verdaderos ancianos llenos de achaques. Se volvieron egocéntricos y dedicaron su tiempo a ir al médico.

Sin embargo, a la mayoría no les sirvió de mucho, porque en lugar de programarse para vivir una nueva vida se programaron para morir.

Una vida dedicada a mantener el cuerpo sano a fuerza de medicamentos y malos ratos dedicados a la medicina preventiva, puede hacer que el resto de la vida después de una larga trayectoria laboral, sea un calvario.

Los infinitos cuidados no prolongan la vida, porque eso no es vida, sólo hacen durar al cuerpo.

Las personas longevas y felices, son aquellas que han logrado revertir el condicionamiento de volverse hacia adentro y han podido abrirse a nuevas experiencias y a los demás; y esto es lo que les permite vivir más y mejor.

Una persona envejece cuando se aferra a lo conocido y no acepta lo nuevo, cuando piensa que todo tiempo pasado fue mejor y no reconoce todo lo bueno que ocurre en el presente porque se empeña en ver solamente lo negativo; y cuando cree que es vieja, que ya es demasiado tarde para todo y que sólo le resta hacer chequeos médicos.

Los cambios son tan rápidos que es difícil adaptarse, pero es posible que en sólo diez años más se produzcan grandes transformaciones y avances de inesperados alcances, tanto tecnológicos como científicos, y sólo por eso ya vale la pena seguir viviendo.

Las personas longevas pueden participar en esta transformación, porque una profesión no termina en el momento de la jubilación, al contrario, puede ser el verdadero comienzo, porque es el momento de la creatividad y de la sabiduría.

La sabiduría es el conocimiento de la vida, la síntesis de todos los conocimientos adquiridos y de la experiencia vivida.

Aceptar los años es fundamental, porque es inútil aferrarse a etapas que ya han sido superadas, pretender lucir igual y continuar recurriendo a viejas formulas.

La vejez es una novedad en la vida, la oportunidad de liberarse de la esclavitud de la máquina productiva y de las necesidades materiales; porque es el mejor momento para dar lo mejor de uno mismo, que e