Alabado sea Jesucristo…
Si siempre tenemos el deber de rezar, mucho más tenemos el deber y la necesidad de orar cuando somos tentados por el mundo, el demonio o la carne, puesto que si queremos salir victoriosos de la batalla en la que estamos inmersos y en que se juega nuestro destino eterno, tenemos que rezar, ya sea con oraciones hechas, o jaculatorias o simplemente pidiendo auxilio a Dios con nuestras palabras.
Ya ha dicho San Alfonso María de Ligorio que el que reza se salva y el que no reza se condena. Pues bien, cuando llega la tentación -que a todos nos llega, porque mientras vivimos en este mundo estamos sujetos a ella-, tenemos que echar mano de forma urgente a la oración, porque así es como se vencen las tentaciones.
¡Ay de quien se quiera salvar y defender solo, sin la ayuda de Dios que se obtiene con la oración! Estará irremediablemente perdido porque el demonio y las demás fuerzas son más fuertes que nosotros, y seremos vencidos miserablemente. Es necesario que invoquemos a Dios en nuestro auxilio, porque “el que pide, recibe”, ha dicho el Señor, y es promesa de un Dios.
“¡Vigilad y orad!” dijo Jesús a sus apóstoles en el Huerto, y nos lo dice también a cada uno de nosotros. Por eso no bajemos la guardia, no dejemos la oración, e intensifiquémosla cuando seamos tentados.