Alabado sea Jesucristo…
Si queremos vivir, debemos alimentarnos. Si queremos vivir en el alma, que ella esté viva de verdad por medio de la gracia santificante, debemos alimentarla con la oración y, sobre todo, con la Eucaristía.
No dejemos pasar un sólo día sin recibir la Comunión, mientras esté a nuestro alcance, porque al comulgar entramos en comunión con Dios Uno y Trino, y recibimos innumerables y escogidas gracias, nos libramos de muchos peligros, y se nos perdonan los pecados veniales.
Cada Comunión bien hecha nos aumenta el grado de gloria que tendremos en el Cielo, y nos trae tal cantidad de bienes, incluso temporales y materiales, que si los viéramos con nuestros ojos, haríamos cualquier cosa para no dejar escapar una sola Comunión.
Pero como las cosas espirituales generalmente no se ven ni se palpan, entonces dejamos pasar, indolentes, las oportunidades de adquirir tremendos e infinitos tesoros de gracias y dones, al dejar de recibir la Comunión eucarística.
Es tiempo de que cambiemos esto y que pensemos y reflexionemos seriamente por qué no vamos todos los días a comulgar. Si es que no vamos por un motivo serio, por real falta de tiempo, o es por pereza o desconocimiento de los bienes que recibimos en cada Comunión.