Todos los padres se preocupan por sus hijos adolescentes cuando comienzan a perder el control sobre ellos y tienen miedo de los muchos peligros que los acechan y porque quieren lo mejor para ellos.

Sin embargo, a veces algunos padres se vuelven contradictorios, ponen trabas a la comunicación con la excusa de estar muy ocupados o mostrando intolerancia y parecen preferir no saber la verdad que no pueden entender, ahondando la brecha generacional y haciendo imposible el diálogo.

Es más fácil pretender que todo está bien, que tener una confrontación o un conflicto. También es difícil escuchar lo que no se está dispuesto a tolerar ni cumplir la obligación de poner límites, con el pretexto de que todos a su edad están haciendo lo mismo.

NT size=4>De esta manera se elude el propio juicio crítico, pero aunque todo esto no sea nada fácil, los hijos necesitan conocer los valores y la forma de pensar que tienen sus padres.

Los padres están llenos de culpa, culpa por no estar el tiempo suficiente con los hijos, por no tener deseos de escucharlos, por creer que no ganan lo suficiente para darles lo que quieren, por no tenerles paciencia, por querer imponerles su voluntad y hasta casi por no conocerlos.

Temen que si les ponen límites y se tornan muy severos, sus hijos no los amarán y perderán su afecto.

Los padres tienen que recuperar su autoridad y ejercer su rol de padres porque es lo que sus hijos necesitan y están pidiendo a gritos.

Algunos padres tienen el falso pudor de tener intimidad con sus hijos, eluden temas que los adolescentes desean hablar con ellos pero que no se atreven a formular porque se dan cuenta que a sus padres les incomoda oír y no van a ser escuchados.

Es así que los adolescentes tienen que pasar una etapa de su vida plena de interrogantes sin poder recibir respuesta alguna de fuentes dignas de respeto y se tiene que contentar con los grotescos relatos de las experiencias de sus pares que representan una caricatura de la verdad porque transforman las cosas naturales en patéticos fracasos.

Sin embargo, tratar de establecer comunicación con un adolescente puede ser una experiencia grata, hacer revivir en los padres la llama del entusiasmo por la vida y permitirles conectarse con él a un nivel más profundo, que puede fortalecer el vínculo.

Estar disponibles, aprendiendo a postergar los asuntos propios y dándole prioridad a los problemas de los hijos, es la regla número uno; porque es importante prestarles atención cuando ellos quieren y no cuando los padres creen que es oportuno. Hay que tener en cuenta que una de las características del adolescente es no tener conciencia del tiempo y que puede considerar adecuado para hablar, justo el momento en que los padres están más ocupados.

Ellos no pueden programar con anticipación, por lo que es importante estar atentos a las señales que pueden estar indicando que están dispuestos a hablar, y dejar todo para escucharlos.

Escuchar no es interrumpir a cada rato para dar un consejo transmitiendo con esa actitud que están molestos por su proceder o por su forma de pensar, sino que significa estar atento para que también él se escuche y pueda encontrar la solución de sus problemas él mismo sabiendo que hay alguien que lo apoya y que lo hace sentir más seguro; porque el respeto y la confianza en los hijos siempre será más útil que el más inteligente de los consejos.

A veces, los adolescentes comienzan a hablar con sus padres de cosas que pueden parecerles triviales, pero este es un recurso que muchos jóvenes utilizan para atreverse luego a intentar hablar de las cosas más serias que les preocupan.

Pasar tiempo con los hijos adolescentes haciendo lo que a ellos les gusta es una forma de divertirse y también la oportunidad para alentarlos a hablar de sus sentimientos más profundos.

Es común que en esas charlas, los adolescentes culpen a los padres de sus problemas pero no hay que pensar que lo que puedan decir sea realmente lo que sienten, porque puede ser una forma de descargar la ira, que no los deja usar su inteligencia.

Fuente: “Sophia”; “Con los adolescentes ¿quién se anima?; Juan Pablo Berra.



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