Alabado sea Jesucristo…
Por más vueltas que le demos, es innegable que “el ideal” del amor conyugal fue y será la unión indisoluble. Un querer auténtico, un “te quiero” sincero que significa “te querré para siempre”. Suena raro en esta sociedad actual que transforma en descartable todo lo que ya no sirve; también a las personas.
Cuando Jesús –y la Iglesia– nos recuerda el plan de Dios sobre la pareja humana, lo hacen por la felicidad de los esposos y por el bien de la sociedad. El ideal es siempre una ardua meta. El primero en saberlo es Dios, nuestro Padre. Él es bondadoso con los que esperan en él, con aquellos que lo buscan.
Quienes viven una situación matrimonial “especial” no han de desesperar jamás y seguir firmes en su Iglesia que es Maestra pero sobre todo, Madre. ¿Por qué? Porque el Señor es bondadoso con los que esperan en él, con aquellos que lo buscan.