Alabado sea Jesucristo…
La medida de la caridad para con el prójimo es la que tenemos con nosotros mismos, pues el Señor nos ha dicho que amemos a los demás como a nosotros mismos. Entonces es necesario que nos amemos, y por eso no debemos impacientarnos cuando caemos en pecados más o menos graves. El Señor permite estas caídas porque a veces nos acostumbramos a vivir en gracia de Dios y nos llegamos a creer que es por nuestra propia maña e industria que permanecemos así. Entonces es ahí que el Señor a veces permite que caigamos, incluso miserablemente, para que recordemos que no somos más que barro y que sin su ayuda no podemos dar ni un paso en el camino del bien.
Hasta las caídas deben ayudarnos a subir en el camino de la santidad, porque todo lo que Dios quiere o permite es para nuestro bien. Está en nosotros saber aprovechar incluso los mismos pecados, para ascender en la vida espiritual, recordando que la Misericordia de Dios necesita miserias que consumir, y nuestros pecados son esas miserias aptas para la Divina Misericordia.
Porque podemos ser puros como ángeles y soberbios como demonios, y no creernos pecadores y por eso a veces el Señor permite que caigamos miserablemente para que entremos en razón y recordemos que somos débiles y necesitamos de Dios. Y este acto de humildad nos llevará a un alto grado de santidad.