Muchas veces se abordan estos términos como sinónimos. Son muchos los hombres que acusan a sus mujeres de histéricas, de estar siempre insatisfechas, de que nada les alcanza, de que siempre quieren lo que tiene la otra, de que siempre quieren más.
¿Pero de qué se trata eso? ¿Qué tiene para decirnos el psicoanálisis sobre esto?
En principio, que se trata de una cuestión de deseo. Y el deseo, es, por definición, insatisfecho. ¿Cómo puede ser? Bueno, es más que verificable que cuando uno quiere algo, quiere conseguir una cosa, cualquier objeto, y lo consigue, se encuentra con que “ya no es eso”…y quiere otra cosa.
Resulta que entonces no se trata de deseo, sino de demanda -nos enseña Lacan. La demanda queda satisfecha pero el deseo no, porque quiere otra cosa…El deseo, así, corre metonímicamente por debajo de la demanda en una búsqueda incesante de satisfacción, y siempre queda insatisfecho. Porque tampoco es necesidad. Y esto es estructural y para todos los seres humanos, para todos los que estamos atravesados por la palabra y por el lenguaje.
Una vez inmersos en el baño de lenguaje, diría Lacan, hay algo que queda como resto, como un agujero que no se llena con nada, pero al que sin embargo intentamos colmar con la ilusión de que así estaremos plenos. De que nada falta. Como si eso fuera “saludable”, cuando lo saludable es que algo falte para poder desear, es la única manera de que haya deseo.
Pero ¿cómo se engarza el deseo insatisfecho a la Histeria?
A principios del siglo XX, podemos corroborarlo en los casos clínicos de la obra de Freud, se suponía que una mujer estaba “histérica”, insatisfecha, porque estaba “desatendida” sexualmente (digamos que de este saber también quedan resabios en la cultura popular…)
Freud, como todo científico formado en el discurso positivista de esa época, creía que había allí un problema con el hombre. Que el problema de la histérica era con el hombre. Y con la sexualidad en términos traumáticos. Así empieza a teorizar sobre su clínica, partiendo del material que sus pacientes histéricas le proveían.
Hay que señalar que la teoría psicoanalítica nace con Freud, como aquel Amo que sabía, al que las histéricas se ofrecían casi para curarse de sus síntomas. La medicina las trataba simplemente de embusteras o mentirosas, simuladoras. Pero Freud les creyó, creyó en sus síntomas, sosteniendo que si la causa de sus parálisis, sus cegueras, sus mutismos no eran orgánicas, ahí había otro tipo de causalidad. Las escuchó y propuso su teoría del inconsciente y de la sexualidad.
El caso freudiano por excelencia que ilustra la insatisfacción histérica es el que conocemos como “el sueño de la Bella Carnicera”, cuya interpretación clásica es la de “quiero pero no me lo des”. Esa es la estructura del deseo en la histeria.
Lacan retoma a mitad del siglo XX la obra freudiana, y vuelve a este sueño y a las elaboraciones del caso, para su teorización del deseo y la histeria, caracterizando a esta última como la estructura por excelencia en la que se manifiesta más abiertamente esta insatisfacción.
Allí nos encontramos con que el deseo de la Histeria en sí es un deseo de estar insatisfecha, así funciona esa estructura, una estructura que está armada justamente para no encontrarse nunca con su satisfacción; sino que se encargará de procurarse esa satisfacción, a través de otro, el hombre, como mediador entre ella y su goce, entre ella y su satisfacción. La histérica tiene así un goce por procuración, se lo hace procurar de todas las maneras imaginables, pintorescas, intrigantes, con innumerables rodeos… Ahí va ella con su demanda, a pedir, a querer más…Y esto es a veces enloquecedor.
Y además, claro está, esta insatisfacción es algo que vuelve también un poco locos a los hombres, porque nunca se sabe qué quieren las mujeres.