Un director de periódico de una pequeña población solía permanecer en su escritorio hasta altas horas de la noche escribiendo editoriales y haciendo otros trabajos.
Un día, hacia la medianoche, oyó un golpe en su puerta.
Adelante -dijo.
Se abrió la puerta y apareció ante él la cara descompuesta de un vecino, un hombre cuyo hijito había muerto ahogado recientemente.
El director conocía el caso.
Aquel hombre había llevado a su esposa y su niño a pasear en canoa.
Desde la tragedia, el padre estaba fuera de sí.
Al parecer, aquella noche estuvo vagando por las calles y lo había atraído la luz de la casa del director... o acaso su reputación de hombre comprensivo y bondadoso.
Hola, Bill -dijo el periodista-.
Siéntate y descansa.
El desesperado padre se sentó, luego se inclinó hacia adelante sumido en el silencio y en profundo abatimiento.
Y entonces el director hizo una cosa interesante.
En vez de llenar el vacío con abundancia de palabras, simplemente volvió a su trabajo.
No lo trastornaba el silencio del otro.
Al cabo de un rato preguntó:
¿Quieres una taza de café, Bill?
Sirvió a Bill una taza humeante.
Tómalo, viejo, el calor adentro te hará sentir bien.
Sorbieron su café en silencio.
Después de un rato, el vecino dijo:
No estoy aún en disposición de hablar, Jack.
No te preocupes por eso.
Quédate aquí sentado hasta que quieras.
Seguiré con mi trabajo.
Mucho más tarde, Bill dijo:
Deseo hablarle.
Entonces, durante una hora entera, se desahogó, mientras Jack escuchaba.
Bill evocó la tragedia con meticulosos detalles: lo que había sucedido, lo que hubiera sucedido si él hubiese hecho esto, lo que no hubiera sucedido si él hubiese hecho aquello, culpándose de todo.
Habló y habló hasta cosa de las tres de la mañana.
Finalmente dijo:
Esto es todo por hoy.
El director se acercó a él, le puso la mano sobre el hombro y le dijo:
Vete a casa Bill, y duerme un poco.
¿Puedo venir a hablarle otra vez?
Siempre que quieras, -contestó el director-.
Cuando quieras, de día o de noche.
Y que Dios te bendiga.
Eso es todo lo que hizo el director; escuchó tranquilamente, con simpatía y con amor en su corazón.
Y por ello era amado en aquella comunidad, porque tenía esa facultad de escuchar de un modo creador.
Estimulaba a la gente a explicar sus problemas y a encontrar sus propias soluciones.
Todos lo querían por eso.
(Norman Vicent Peale)