Alabado sea Jesucristo…
La hora presente registra cientos de historias de dolor de numerosas víctimas de la violencia. En muchas poblaciones encontramos testimonios reiterados de familias que recuerdan haber sufrido alguna pérdida a manos de los delincuentes.
Sus comentarios revelan la impotencia, porque se sienten desoídos por las autoridades e inermes ante la prepotencia de sus verdugos. Gritar, susurrar sus súplicas a Dios parece el único consuelo.
Cuando leemos las súplicas y lamentaciones bíblicas a la luz de estos años cargados de violencia, comprendemos que aquellos salmos no eran excesos retóricos, sino desahogos de inocentes que vaciaban su corazón en el único que suscitaba su confianza: Dios.
La oración de los débiles humillados no es literatura, es historia de sufrimiento, que será reivindicada por el Dios de la vida, que en su momento les hará justicia. Los cristianos y los hombres de buena voluntad que defienden a las víctimas, son el sacramento de la fidelidad y la justicia del Señor.