La Natividad de
Nuestro Señor
Jesucristo
Con la solemnidad de la Navidad, la Iglesia celebra la
manifestación del Verbo de Dios a los hombres. En efecto, éste es el sentido
espiritual más importante y sugerido por la misma liturgia, que en las tres
misas celebradas por todo sacerdote ofrece a nuestra meditación “el nacimiento
eterno del Verbo en el seno de los esplendores del Padre (primera misa); la
aparición temporal en la humildad de la carne (segunda misa); el regreso final
en el último juicio (tercera misa)” (Liber
Sacramentorum)
Un antiguo documento del año 354 llamado el Cronógrafo
confirma la existencia en Roma de esta fiesta el 25 de diciembre, que
corresponde a la celebración pagana del solsticio de invierno “Natalis solis invicti”, esto es, el
nacimiento del nuevo sol que, después de la noche más larga del año, readquiría
nuevo vigor.
Al celebrar en este día el nacimiento de quien es el
verdadero Sol, la luz del mundo, que surge de la noche del paganismo, se quiso
dar un significado totalmente nuevo a una tradición pagana muy sentida por el
pueblo, porque coincidía con las ferias de Saturno, durante las cuales los
esclavos recibían dones de sus patrones y se los invitaba a sentarse a su mesa,
como libres ciudadanos. Sin embargo, con la tradición cristiana, los regalos de
Navidad hacen referencia a los dones de los pastores y de los reyes magos al
Niño Jesús.
Los textos de la liturgia navideña, formulados en una
época de reacción contra la herejía trinitaria de Arrio, subrayan con
profundidad espiritual y al mismo tiempo con rigor teológico la divinidad y
realeza del Niño nacido en el pesebre de Belén, para invitarnos a la adoración
del insondable misterio de Dios revestido de carne humana, hijo de la purísima
Virgen María.
Fuente: Catholic.net
Sagrado
Corazón de Jesús. Mil gracias por concederme un día más
para adorarte y servirte. Hagamos como decía San Agustín:
Señor a Ti solo busco, a Ti solo amo y tuyo quiero ser. Mi
único deseo es conocerte y amarte. (Sol 1,1,). La mies es
mucha y pocos son los obreros para recogerla. Es la
Palabra de Dios. Alabado sea Jesucristo. Amén. Yo siembro
cada día Pequeñas Semillitas, con el vehemente deseo de que
se propague la Fe, en el Sagrado Corazón de Jesús y
suplico a todos los creyentes y no creyenes, que pidan al
Señor Jesucristo en oración, que no haya más guerras ni
hambre en el Mundo y reine la Paz en todos los rincones del
Orbe. Así sea. Detente, el Sagrado Corazón de Jesús está
conmigo. Casimiro López